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Suave Es La Noche

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27<br />

Au clair de la lune<br />

Mon ami Pierrot<br />

Préte-moi ta plume<br />

Pour écrire un mot<br />

Ma chandelle est monte<br />

Je n'ai plus de feu<br />

Ouvre-moi ta porte<br />

Pour l'amour de Dieu.<br />

Terminó la canción, y los niños, con los rostros encendidos por los últimos rayos de sol,<br />

saborearon sonrientes y con calma su triunfo. Rosemary estaba pensando que Villa Diana<br />

era el centro del universo. En un escenario así tenía que ocurrir alguna cosa memorable. Se<br />

le iluminó más la cara al oír que se abría la verja de la entrada: había llegado el resto de los<br />

invitados como una sola persona. Los McKisco, la señora Abrams, el señor Dumphry y el<br />

señor Campion se acercaban a la terraza.<br />

Rosemary tuvo una profunda sensación de desencanto: se volvió rápidamente hacia Dick<br />

como para pedirle una explicación por aquella absurda mezcolanza. Pero no notó nada<br />

anormal en su expresión. Saludó a los recién llegados con orgullo y un evidente respeto<br />

hacia sus infinitas posibilidades, aún desconocidas. Rosemary creía en él hasta tal punto<br />

que pasó a aceptar la presencia de los McKisco con toda naturalidad, como si hubiera<br />

esperado encontrarlos allí todo el tiempo.<br />

-Nos conocimos en París -le dijo McKisco a Abe North, que había llegado con su mujer<br />

pisándoles los talones-. En realidad, hemos coincidido en un par de ocasiones.<br />

-Sí, ya recuerdo -dijo Abe.<br />

-¿Dónde fue? -inquirió McKisco, que no se conformaba con dejar las cosas como estaban.<br />

-Creo que...<br />

Abe se cansó del juego.<br />

-No me puedo acordar.

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