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Suave Es La Noche

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31<br />

Dick prestándole atención parecía dejarlo paralizado, y después de una pausa un poco<br />

violenta, la conversación que había interrumpido continuaba sin él. Trató de meterse en<br />

otras conversaciones, pero era como darle la mano continuamente a un guante del que se<br />

hubiera retirado la mano, por lo que, al fin, poniendo aire resignado como si se encontrara<br />

entre niños, dedicó toda su atención exclusivamente al champán.<br />

Rosemary paseaba a intervalos la mirada por la mesa, deseosa de que los demás disfrutasen,<br />

como si se tratara de sus futuros hijastros. Una favorecedora luz de mesa, que emanaba de<br />

un búcaro de clavellinas aromáticas, le daba al rostro de la señora Abrams, ya encendido<br />

por el Veuve Cliquot, una expresión vigorosa, llena de tolerancia y buena voluntad<br />

juveniles. Junto a ella estaba sentado Royal Dumphry, cuyos aires de muchachita resultaban<br />

menos chocantes en aquel ambiente de placer nocturno. A continuación, Violet McKisco,<br />

cuyos encantos habían aflorado a la superficie y ya no hacía ningún esfuerzo por tomarse<br />

en serio su fantasmagórica condición de mujer de un arribista que no había llegado a<br />

ninguna parte.<br />

Luego venía Dick, manejando los hilos para que no volvieran a caer en la inercia de la que<br />

había conseguido sacarlos, totalmente inmerso en su papel de anfitrión.<br />

Luego su madre, perfecta como siempre.<br />

Luego Barban, sumamente atento con su madre, con la que mantenía una conversación, lo<br />

cual hizo que volviera a sentir simpatía hacia él. Luego Nicole. Rosemary la vio de pronto<br />

con nuevos ojos y decidió que era una de las personas más hermosas que había conocido<br />

nunca. Su rostro, que era el rostro de una santa, de una virgen vikinga, resplandecía entre<br />

las débiles partículas que flotaban como pequeños copos de nieve en torno a la luz de las<br />

velas y recibía su fulgor de los farolillos de color tinto que colgaban del pino. Seguía igual<br />

de inmóvil.<br />

Abe North le estaba hablando de su código moral:<br />

-Por supuesto que lo tengo -insistía-. Un hombre no puede vivir sin un código moral. El<br />

mío consiste en que estoy en contra de la quema de brujas. Cada vez que queman a una,<br />

siento que me arde el cuerpo.<br />

Rosemary sabía por Brady que era un músico que, tras unos comienzos brillantes y<br />

precoces, llevaba siete años I sin componer nada.<br />

A continuación estaba Campion, que había logrado I controlar hasta cierto punto sus<br />

ademanes escandalosamente I afeminados e incluso mostraba hacia los que estaban junto a<br />

él una cierta solicitud maternal. A su lado, Mary North, con una expresión tan alegre que<br />

resultaba difícil no responder con otra sonrisa al espejo blanco de sus dientes: toda la zona<br />

que rodeaba sus labios entreabiertos era un delicioso círculo de gozo.

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