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entiende bien con su enfermera. ¡Dios santo! Eres la única persona en el mundo a la que<br />
puedo pedir este favor.<br />
Franz soltó un gruñido y se preguntó si se podía confiar en que siempre fuera a pensar en el<br />
bien de su socio.<br />
A la semana siguiente, en Zurich, Dick fue al aeropuerto y tomó el avión para Munich.<br />
Mientras se elevaba en el cielo envuelto en los rugidos del motor, sentía los miembros entumecidos<br />
y se dio cuenta de lo fatigado que estaba. Una calma total se apoderó de él y<br />
decidió dejar que de las enfermedades se ocuparan los enfermos, del sonido, los motores y<br />
de los mandos el piloto. No tenía intención de asistir ni a una sola sesión del congreso. Se<br />
lo imaginaba perfectamente todo: los nuevos opúsculos de Bleuler y Forel padre que podría<br />
asimilar mucho mejor en casa, la disertación del americano que curaba la demencia precoz<br />
sacándole las muelas al paciente o cauterizándole las amígdalas, y el respeto apenas teñido<br />
de ironía con que esta idea sería acogida, simplemente porque los <strong>Es</strong>tados Unidos era un<br />
país muy rico y poderoso. Y los demás delegados de los <strong>Es</strong>tados Unidos: el pelirrojo<br />
Schwartz con su cara de santo y su infinita paciencia tratando de conciliar dos mundos y<br />
docenas de alienistas de aire solapado e intereses puramente comerciales, que asistirían al<br />
congreso en parte para hinchar su reputación, y de ese modo tener más posibilidades de<br />
conseguir los puestos más cotizados de expertos en criminología, y en parte para ponerse al<br />
corriente de los sofismas más recientes, que luego podrían incorporar a su repertorio y así<br />
contribuir más a la infinita confusión de todos los valores. Habría algún italiano cínico y<br />
algún discípulo de Freud de Viena. Entre todos destacaría claramente el gran Jung, suave,<br />
superenérgico, haciendo su recorrido entre los bosques de la antropología y las neurosis de<br />
los colegiales. Al principio el congreso tendría un cierto aire norteamericano, casi «rotario»<br />
en su ceremonial y procedimientos, luego lograría imponerse la vitalidad más homogénea<br />
de los europeos, y, finalmente, los americanos sacarían el as que tenían oculto: el anuncio<br />
de donaciones y fundaciones fabulosas, de excelentes instalaciones y centros de formación<br />
nuevos, y ante la enormidad de esas cifras, los europeos empalidecerían y se achantarían.<br />
Pero él no estaría allí para verlo.<br />
El avión bordeaba las montañas del Vorarlberg y Dick se deleitó contemplando aquellos<br />
pueblecitos con su bucólico encanto. Siempre había cuatro o cinco a la vista, cada uno de<br />
ellos agrupado en torno a una iglesia. Qué sencillo resultaba todo observando la tierra a esa<br />
distancia.<br />
Tan sencillo como manejar muñecos y soldados de plomo en un juego siniestro. Así es<br />
como veían las cosas los hombres de estado, los generales y todos los jubilados. De todos<br />
modos, ¡qué alivio se sentía!<br />
Un inglés que estaba al otro lado del pasillo quiso entablar conversación, pero Dick había<br />
empezado a notar en los ingleses algo que le repelía. Inglaterra era como un hombre rico