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Suave Es La Noche

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-Fuera de eso sólo hay confusión y caos. No voy a tratar de sermonearla: nos damos<br />

perfecta cuenta de su sufrimiento físico. Pero sólo haciendo frente a los problemas de cada<br />

día, por muy insignificantes y tediosos que parezcan, podrá usted lograr que las cosas<br />

vuelvan a su cauce. Una vez que lo logre, tal vez pueda volver a explorar...<br />

Se había puesto a hablar más despacio porque temía pronunciar las palabras a las que<br />

inevitablemente llevaba el hilo de su pensamiento: «las fronteras de la conciencia». No le<br />

correspondía a ella explorar las fronteras que los artistas se veían obligados a explorar. Era<br />

una mujer sutil, intuitiva; tal vez hallara reposo finalmente en alguna forma plácida de<br />

misticismo. Los que exploraban esas fronteras tenían que tener algo de sangre campesina,<br />

muslos poderosos y tobillos gruesos; tenía que ser gente capaz de aceptar el castigo como<br />

aceptaba el pan y la sal: en cada fibra de su carne y de su espíritu.<br />

<strong>Es</strong>o no es para usted, estuvo a punto de decir. <strong>Es</strong> un juego demasiado duro para usted.<br />

Ante la terrible majestad de su dolor, Dick se sentía atraído hacia ella sin reservas, casi<br />

sexualmente. Sentía deseos de tenerla en brazos, como tantas veces tenía a Nicole, y amar<br />

incluso sus errores, que de manera tan profunda formaban parte de ella. <strong>La</strong> luz anaranjada<br />

que se filtraba por la persiana echada, el sarcófago de su forma sobre el lecho, el trocito de<br />

cara, la voz que buscaba el vacío de su enfermedad y sólo hallaba abstracciones remotas.<br />

Cuando Dick ya se levantaba, vio cómo le corrían las lágrimas como lava por los vendajes.<br />

-<strong>Es</strong>to es para algo -susurraba-. Algo debe salir de esto.<br />

Dick se inclinó sobre ella y la besó en la frente.<br />

-Todos debemos procurar ser buenos -dijo. Cuando salió de la habitación, mandó a la<br />

enfermera que fuera con ella. Le quedaban otros pacientes por visitar, entre ellos una<br />

muchacha americana de quince años a la que habían educado basándose en el principio de<br />

que el único objeto de la infancia era pasarlo bien. <strong>La</strong> visita de Dick se debía a que la<br />

muchacha acababa de cortarse todo el pelo con unas tijeras para uñas. No era mucho lo que<br />

se podía hacer por ella: varios casos de neurosis en su familia y ni una cosa estable en su<br />

pasado a partir de la cual se pudiera construir algo. Su padre, que era una<br />

persona normal y concienzuda, había tratado de proteger a su nerviosa progenie de los<br />

problemas de la vida y lo único que había conseguido era que no desarrollaran capacidad<br />

alguna de hacer frente a las sorpresas que la vida inevitablemente ofrece. Poca cosa podía<br />

decirle Dick:<br />

-Helen, cuando tengas alguna duda debes preguntar a una enfermera. Tienes que aprender a<br />

aceptar consejos. Prométeme que lo harás.<br />

¿Qué valor tenía una promesa para una mente enferma? Dick vio después a un frágil<br />

exiliado del Cáucaso amarrado, para más seguridad, a una especie de hamaca que a su vez

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