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DÉCADA XI. CAPÍTULO PRIMERO. ARTÍCULO 8 73
el dicho Breve, por el cual Su Santidad daba licencia a las cinco monjas para
que, saliendo de aquel convento, fuesen a fundar el descalzo. Requirió a la M. Priora
mandase venir las cinco monjas a su presencia, vinieron, y asistiendo otras muchas
para testigos, examinó el secretario su voluntad, si era de dejar la grandeza de
aquel convento por la estrechez del descalzo: y respondiendo que sí, las entregó la
M. Priora al secretario, que las hizo entrar en los coches para el caso prevenidos.
Hicieron esta salida así y no pública, porque de este convento al descalzo no se podía
hacer público y solemne el pasaje por ser grande la distancia.
Llegado, pues, el secretario con las monjas a la iglesia de Ntra. Señora de
Xabregas en la vivienda de los cavalleros coutiños, y apeándose de los coches,
hallaron en la iglesia grande concurso. Esperábalas la grave y numerosa comunidad
de los PP. Calzados y las mayores señoras de la corte, que las habían de llevar a su
dulce y amoroso sacrificio.
Salieron en procesión de esta iglesia, y, después de entrar en la capilla real de
su convento, se entraron las monjas en su interior, y los frailes que se habían de
descalzar quedaron en la capilla, adonde les vistió luego el hábito descalzo el Rmo.
P. M. Fr. José Sotomayor, Comisario general de los PP. Observantes en Portugal.
Los religiosos que se descalzaron fueron: el P. Fr. Manuel de la Concepción,
confesor de la Serenísima Reina y Prelado de los frailes y de las monjas: el P. Fr.
Bartolomé de Santa María, confesor de las monjas: el P. Fr. Ignacio de los Angeles:
el P. Fr. Domingo, y el Hermano Fr. Domingo de la Madre de Dios, lego, sacristán
de la capilla real. Las religiosas no es menester nombrarlas, porque, después de
haber fundado la Recolección para otras, se volvieron a su convento de las calzadas.
Sola quedó la M. María de la Presentación, primera Priora y verdadera fundadora
de este convento.
Después de dados los hábitos, subió al púlpito el P. Fr. Manuel, e hizo un sermón
en que se excedió a sí mismo, y para esto no era menester poco. Discurrió sobre
las circunstancias del asunto, aplicándole lugares de la Escritura con acomodación
muy propia. Descubriéronse harto en el sermón las luces de su ingenio y los
ardores de su espíritu.