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HISTORIA GENERAL DE LA ORDEN DE AGUSTINOS RECOLETOS
CAPÍTULO XVIII.
Toma el Rey a su cargo las fundaciones.
Muerta la Reina, juzgaron algunos muertas a sus fundaciones: y cuanto a lo
humano no era improbable el discurso, porque, muriendo la Reina no muy en gracia
del Rey y dejando a sus fundaciones herederas de su amor, se persuadían aquéllos
que este amor sería culpa que no sólo no empeñaría al Rey en aumentar las fundaciones,
sino que le sería motivo para disponer su ruina.
Corrió este discurso en Lisboa por verdad tan asentada, que hubo algunos que
entrando en la capilla de la Reina, uno de ellos alzando los ojos al coro, dijo a los
compañeros: "Aquí estaban las monjas". Y una persona, queriendo hablar al P.
Prior, le fué a buscar al convento de los Calzados imaginándole retirado ya en él, o
por desengañado, o por desconfiado del progreso de su Reforma.
Así lo discurría el mundo, y así lo quisiera el infierno: pero Dios no permitió,
ni que el infierno lograse su deseo, ni que el mundo acertase su discurso. Infundió
un aliento grande al P. Prior, y dióle ánimo para buscar al Rey.
Llegado a hablarle, le puso en las manos, presentándosela, una imagen de aquel
Señor Crucificado que tiene en las suyas los corazones de los Reyes, y era la misma
que la Reina tuvo en las manos cuando le entregó su espíritu: única alhaja que quedó
al P. Prior de tan liberales manos.
Como este negocio era asentar o asegurar una paz entre el Rey y los religiosos
de las nuevas fundaciones, tomó la mano aquel pacífico y soberano Rey que trazó
la paz al mundo y lo reconcilió con el cielo. Al toque de tan poderosa mano abrió el
Rey su corazón dando en él entrada al P. Prior y tan franca en su Palacio, que mandó
que, cuando fuese a verle, entrase sin estorbo de las guardas hasta su retrete más
íntimo, llegando en el trato de este religioso a olvidarse tanto de la majestad, que ya
más le trató de nos.
Pero esto, aunque lo agradeció el Padre, fué muy de paso, porque los honores
de su persona no eran su punto. Representó al Rey