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DÉCADA XI. CAPÍTULO SEPTIMO. ARTÍCULO 2 501
los despojos y cautivos, tomando aliento, de lo indefenso de aquellas islas, en
breve tiempo las dejaron sin iglesias, sin pueblos, sin conventos, sin ornamentos,
sin imágenes, sin vasos sagrados, sin cristianos y sin ministros evangélicos, porque
los que había, los habían cautivado, muerto o martirizado y los que quedaron
no tenían más habitación que la de los montes, viviendo entre fieras, grutas y
peñascos; ni más alimento que el de crudas hierbas que poder recoger con sus
propias manos.
118 Clamó la Provincia a este superior Gobierno, por remedio a tanto daño,
que fuese proporcionado y eficaz remedio a tanta ruina y antídoto a tanto quebranto
y preservase en lo futuro de iguales daños. Y aunque por muchos años insistió
en este pedimento, como viese frustradas sus más vivas diligencias, por
política o por razón de estado o por la exhaustez de las reales cajas por la angustia
de los tiempos; teniendo presente el lastimoso sistema de aquella desamparada
cristiandad y de los trabajos, naufragios, huida a los montes, víolentas enfermedades,
cautiverios, muerte y martirios de sus hijos, no pudiendo tolerar por
más tiempo los lastimosos efectos de tan continua tragedia, este año, hizo esta
Provincia renuncia de la administración de dicha Provincia de Calamianes, para
que en su virtud, el Ilustrísimo señor Obispo de Cebú, proveyese de ministros
doctrineros que conservasen y cultivasen las lastimosas reliquias de aquella cristiandad,
que se libertó de la muerte y cautiverio entre los inaccesibles peñascos
de los montes. Con dificultad pudo lograrse la retirada de los Religiosos y que en
su lugar destinase el Sr. Obispo de Cebú beneficiados para esta empresa. Pero
como fuesen iguales los trabajos y peligros que recibían incremento cada día, no
hallando quien quisiese servir a Dios y al Rey nuestro señor con tanto riesgo, en
breve se quedaron los infelices Calamianes sin ministros. Ocurrieron los que
habían quedado en aquellas Islas a este superior Gobierno, demandando providencia
para ser cristianamente administrados y pidiendo a nombre de sus pueblos
se obligase a los PP. Recoletos, que los habían conquistado, a que volviesen
de nuevo a cultivar la cristiandad de aquellas Islas, y como el Sr. Dr. D. Diego
Calderón, oidor fiscal que entonces era de esta real audiencia, como Protector de
Naturales pidiese, que luego, y sin embargo de lo que la