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DÉCADA XI. CAPÍTULO SEXTO. ARTÍCULO 12 487
Seguimos subiendo. La cuesta es violenta en demasía, pero el grandioso panorama
que muy pronto se va a desarrollar ante nuestros ojos nos resarcirá con
creces del cansacio; los montes pagan en sus cumbres con usura a los ojos lo que
robaron en sus escarpadas pendientes a las piernas.
Estamos ya en la placeta de las Tomasas. La Alhambra con su majestuoso palacio
nazarita y sus esbeltos y vetustos torreones se destaca sobre verde colina
cubierta de floridos almendros a nuestro frente; hacia Levante se alza señoril y
juguetón el Generalife, en dirección opuesta la celebérrima vega granadina, precioso
manto de sultana de inimitable esmeralda, y allá a lo lejos, al fondo, cual
inmenso dosel de plata, que realza y embellece sobremanera el cuadro, la ingente
Sierra Nevada.
—Largo rato llevábamos en abstracción completa contemplando este grandioso
panorama, cuando la campana del convento de las Madres Agustinas Recoletas
(vulgo Tomasas) vino a volvernos la realidad y a recordarnos el objeto de
nuestras pesquisas aquellos pintorescos y apacibles sitios.
Una pared de tierra de regular elevación, que, después de correr a lo largo del
carril de S. Nicolás, forma todo el frente del convento de las Tomasas para venir
a terminar en la plaza de Ntro. Salvador, es todo lo que divisamos primeramente
del sitio donde estuvo el hermoso convento de Padres Agustinos Recoletos, y en
fechas más remotas el hospital morisco de Bibalbonut cedido a los Padres por el
Rey Felipe III en 21 de mayo de 1607. Después de la desvencijada puerta del tapial
nos franqueó el paso al interior para contemplar convertidos en campos de
soledad y mustio collado, salpicados de chumberas, aquellos sitios que ocuparon
la hermosa Iglesia de Ntra. Sra. de Loreto y el convento de los fervorosos misioneros
de China y el Japón, de América y Filipinas".