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HISTORIA GENERAL DE LA ORDEN DE AGUSTINOS RECOLETOS
encajaría mejor en otro lugar, pero no desdice de éste porque sirve de explicación
de los sucesos apuntados en este año de 1694.
Descubrimos en él la particularidad de que fué casanareño por su nacimiento,
como si el cielo hubiera querido dar a Casanare un apóstol en vida y un intercesor
después de muerto para que aquella infeliz región que ha sido siempre menospreciada
por su ardiente y malsano clima, no quedase sepultada en los abismos de la
barbarie, y a ella acudieran intrépidos hijos del claustro a guerrear contra los de las
selvas para uncirlos al carro de la divina Redención.
Del individuo que nos ocupa la atención poco sabemos que nos guíe en el laberinto
en que hallamos las primeras huellas de su vida. Brilla en el ocaso de la existencia;
su oriente está nublado y apenas despide por entre los nubarrones del olvido
ráfagas de luz que indican haber sido toda su vida conforme con el último período.
Hemos podido averiguar que nació al mundo en Santiago de las Atalayas, a fines
del siglo XVI, es decir, por el año 1584, y que recibió educación muy cristiana
adornada de suficientes conocimientos literarios. En su apellido está sellada la memoria
de una de las primeras familias españolas que fueron a poblar la incipiente
ciudad de Santiago. Vivió ocupado en empresas industriales y desempeñando cargos
públicos; contrajo matrimonio, en el cual tuvo un hijo llamado Juan López de
Alarcón y dos hijas. De lo restante de su existencia se ignora todo menos que enviudó,
y, desengañado de las ficciones de este mundo, trató de buscar un camino
expedito para enriquecer su alma con tesoros que no pudiera destruir la polilla, por
lo cual, al considerar la desgracia de tantas almas perdidas en las selvas de la idolatría,
ardió su corazón en las llamas de la misericordia. Conjeturamos que Dios le
inspiró la vocación de ser Agustino Recoleto poniéndo un modelo adecuado a la
situación de su pasada vida, que fué el venerabilísimo P. Delgado, cuyo nombre y
cuyos hechos estaban palpitantes en todo el Reino de Nueva Granada.
¡Extraña coincidencia! El P. Fr. Mateo deja con su muerte un vacío inmenso,
cuando a la puerta del claustro se presenta Fr. Cristóbal, viudo también, ofreciendo
un mundo de consuelos y virtudes; el nombre del P. Mateo pasa a la lista de los
muertos que triunfan, y el de López de Alarcón a la de los vivos que batallan.