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HISTORIA GENERAL - Provinciasannicolas.org

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DÉCADA XI. CAPÍTULO SEXTO. ARTÍCULO 10 465<br />

tanta grandeza y puntualidad en las sagradas ceremonias como si las oficiara en<br />

la ilustrísima Catedral este magnífico Cabildo.<br />

Dichoso y mil veces afortunado día para este convento y felices los desvelos,<br />

cuidados y trabajos que nos ha costado este bellísimo templo; pues no sólo los vimos<br />

laureados con la suprema corona del Pan suavísimo del Sacramento, sino convertida<br />

esta iglesia en sagrada Metropolitana éste y el siguiente día, pues en ellos se<br />

trasladó a ésta toda la metropolitana gloria.<br />

Acabóse la tarde y se llegó la noche y aunque procuró con la densidad de sus<br />

sombras sofocar nuestros prevenidos lucimientos, salió de su empeño desairada;<br />

pues al paso que su infatigable diligencia tendía sobre la tierra las lóbregas cortinas<br />

de sus lutos, sobresalían más los fogosos faroles, pareciendo a los ojos de quien<br />

contemplaba el convento y las altivas torres, castillos y homenajes del Alhambra,<br />

un estrellado cielo, en tanta multitud de luces aprisionadas en coloridas bombas, de<br />

que todo se miraba primorosamente coronado. Y porque con el cuidado de su porfía<br />

en hacer oposición a nuestras salvas omitió horrorosos truenos que atemorizasen,<br />

porque no pareciesen hacía nuestro intento sonoros clarines o bien templados parches,<br />

se los fingió el arte en corpulentos bronces y estruendosos mosquetes, que<br />

incesantemente, en recíproca correspondencia de convento y Alhambra, se disparaban,<br />

sirviendo los incendios que exhalaban sus bocas de ligeros rayos que a un<br />

mismo tiempo clarificaban el aire, desterraban las porfiadas sombras y hacían oficio<br />

de lucidos cometas, ya que la tempestuosa noche había recatado las suyas, porque<br />

no juzgasen los ojos eran artificiales exhalaciones que había prevenido el cuidado<br />

en festivo aplauso del siguiente día. Duró por dilatado espacio esta competencia,<br />

hasta que, dándose la noche vencida de nuestra porfía en tan continuas claridades<br />

y ardientes luces, trató de correr las cortinas a las suyas, quedando el cielo hermosamente<br />

matizado de lucidos astros, para que amaneciese con una cara de Pascua<br />

el siguiente día, como lo hizo, saliendo el sol con mil donaires.

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