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DÉCADA XI. CAPÍTULO TERCERO. ARTÍCULO 6 221
arguye grandes méritos. Era el año 1660 cuando en España expidieron a su favor
el nombramiento de Definidor provincial, o sea cuando estos conventos fueron
elevados a la categoría de Provincia. Al principio de toda institución, cuando se
esperan grandes acontecimientos y actúa vigoroso el nervio de la disciplina y se
propone observar escrupulosamente la Regla, entonces suelen ocupar las prelacías
aquellos sujetos de más importancia que hay en el cuerpo moral. Uno de éstos fue
el P. Fr. Andrés, que desempeñó la Definitura de Provincia, en el cual oficio debió
de portarse correctamente durante el trienio, y ser su consejo de no poca monta,
porque en el segundo Capítulo Provincial de 1666, quedó nombrado otra vez Definidor
provincial. Luego después, como se celebrara el Capítulo de 1669, quedó
agraciado con el honor del Priorato de Santa Fe. Aburrido estaba de vivir en las
alturas, ansioso de soledad, y por esto renunció el cargo y bajó al lugar donde le es
más fácil al espíritu encontrar a Dios pródigo de consuelos. A contar del año 1670 a
1673 en la vida de este Padre hay una tregua de reposo, es decir, un lapso de tiempo
en que viviendo él para Dios y para sí consiguió para su Orden, por medio de la
plegaria, los más ricos tesoros. La oración es omnipotente. Oratio justi clavis est
coeli, dice N. P. San Agustín. La oración del P. Andrés fué, pues, una llave con la
que abrió los graneros de la bienaventuranza, cuya mies hartó de paz a los moradores
de estos claustros; el Padre negociaba para sus hermanos con Dios a solas, en el
retiro de su celda, no pequeños bienes, y más lucraba con la oración que con gobernar
ejemplarmente a sus hermanos.
Pero por algo le permitía Jesucristo una tregua en el goce de su humildad: allá
en las oficinas del Vicariato General tratábase de nombrar un Visitador para la Provincia
de la Candelaria; y ese Visitador General, que supiera poner las cosas en su
punto y que examinase los procederes de súbditos y prelados, había de ser el P.
Andrés. Argumento fehaciente de su religiosidad, cargo tan delicado y de tan grandes
alientos, y mayor argumento de lo mismo el haber desempeñado su obligación
con grandes provechos. ¿Qué podía desear él sino la reforma de las costumbres?
¿No amaba a su Instituto como lo amaron los mejores hijos de Agustín? Elegido
por aquel famoso Vicario General P. Fr. Roque de Santa Mónica, que tanto se distinguió