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DÉCADA XI. CAPÍTULO PRIMERO. ARTÍCULO 6 41
coincidencia tambitén, pues nos recuerda a otro hijo de este país, el más sabio
de la Provincia de la Candelaria, el polígrafo escritor, el primer Cronista de la Recolección,
la Biblioteca viviente, que se llamaba Andrés de San Nicolás, y fué dado
a la penitencia y al retiro.
Probablemente nuestro biografiado hizo su profesión religiosa en El Desierto,
al cual convento tuvo singular afecto. Es que para las almas grandes aquellos parajes
impregnados de brisas solitarias, bajo un cielo rizado con nubecillas blancas que
engendran arranques de amor, de amor a la pureza, de amor a la Virgen y Madre de
la Candelaria, para las almas grandes, decimos, retiradas del mundo, que anhelan
volar hacia la región de las perpetuas felicidades, los parajes de El Desierto interpretan
a maravilla las ascéticas aspiraciones.
También inducimos que se manifestó digno de la carrera escolástica, porque
los Superiores lo pusieron en el ejercicio del magisterio ganado con el título de
Lector de teología. Observamos de más a más en su conducta algo de esos espíritus
profundamente observadores que poseen la habilidad de discernir lo útil de lo que
no lo es, de analizarlo todo y asimilarse lo mejor, así en el orden ascético como en
el científico. Entendido en todo, no quería avasallar a sus hermanos con el predominio
de la superioridad intelectual; veíasele siempre observando y siempre callando:
cuando hablaba, no salía de lo justo y decoroso, porque sin duda tenía presente
aquella doctrina de N. Santo Patriarca 1 : Qui semper quod justum est loquitur, et
Deus in illo habitat, et ipse in Deo.
En lo que sí ejercitaba copiosamente la lengua era en la cátedra enseñando a los
discípulos las ciencias teológicas en las que fué versadísimo ; en cuyo desempeño
guardó método y tuvo empeño porque los estudiantes al calor del fuego de la sabiduría
incubasen los gérmenes del amor divino que latentes estaban en sus tiernos
corazones. Pero descubríase aun en las explicaciones de la lección que el catedrático
era austero y sobrio, es decir, que medía las palabras sujetándolas a los moldes
de la necesidad y del provecho: por tanto, nada de lucubraciones sin aplicación
práctica introducía en las
1 Ser. de temp. LXXXVI,