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HISTORIA GENERAL DE LA ORDEN DE AGUSTINOS RECOLETOS
sus abusos, marcábales la ruta de una vida perfecta, consolábalos en las penurias
de la vida, alentábalos para la guarda de la fidelidad a su Rey; sobre todo encarecíales
que fuesen benignos y clementes con los infelices presos. A éstos infundía
ideas de religión y de civismo que tendían a moralizar sus instintos, a morigerar sus
inclinaciones, a dolerse de sus crímenes y a sufrir el reato de pena como impuesto
por Dios, que castiga, pero también perdona, como castiga y perdona un padre de
familias. Con tan prudente y cariñoso proceder logró insinuarse en unos y en otros
de tal suerte, que vino a tener reunido todo el prestigio de la autoridad paterna, sacerdotal,
civil y militar. Era el padre, el sacerdote, el jefe y el capitán de aquel presidio.
Y no obstante su autoridad, parecía reducirse a nada cuando quedábase a solas
con un crucifijo, ante el cual se hincaba de hinojos y esgrimía la disciplina tres veces
a la semana para lograr de Dios el rescate espiritual de las almas a él encomendadas.
Era de verlo también quitarse el pan de la boca para dárselo al enfermo, al
hambriento cuando escaseaban las provisiones alimenticias por no arribar las embarcaciones;
cuando se retiraba a la orilla, lamida por las blandas y rumorosas ondas,
para expandir su espíritu entre las dulzuras de la meditación, era de ver qué
sentimientos y reflexiones le sugería la tempestad, imagen de la ira de Dios, de la
fiereza del infierno, del desorden de las pasiones y de la omnipotente soberanía del
Creador. Tranquilo su pecho como habituado a las grandes soledades; penitente
como avezado a ver en los presidiarios la malignidad del corazón humano y la fuerza
divina del arrepentimiento: espiritual y devoto como quien ha orado mucho rodeado
de mares y cubierto por la infinita techumbre del firmamento, este heroico
misionero terminó los días de su ostracismo cuando más feliz estaba. La voz de la
santa obediencia llegó a sus oídos mandándole que saliera a los conventos para que
sus hermanos vieran en él la realización de las historias de los Macarios, de los Antonios
y de nuestros primeros ermitaños sepultados en las selvas y entre los escarpes
de desiertas montañas. Panamá, Cartagena, Honda, Bogotá, admiraron al héroe
de Santa Catalina; el Bautista de los mares cruzó por estos conventos dejando una
como estela de penitencia y de oración.