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DÉCADA XI. CAPÍTULO PRIMERO. ARTÍCULO 8 77
mundo y enternecido para Dios. Bramaba aquella horrible bestia viéndose así
ultrajada, y librando en sus apacibles, si bien ponzoñosas razones el logro de sus
intentos, decía por boca de muchos que unas mujeres que apenas han dejado la casa
de sus padres arrostren a vivir insensibles, acción es que en lo extraordinario trae
infalible el peligro. "Buscar a Dios atropellando sus leyes, más es medio de perderle
que de hallarle: y ¿qué ley hay más sagrada que la piedad con los padres? Es poca
atención a lo que manda Dios poner en eterno olvido a quien la naturaleza unió con
estrecho lazo: ni puede ser medio proporcionado para conseguir la perfección echar
por la senda de la impiedad. Y ¿qué será, decían, cuando templado como suele el
primer fervor, vuelva el amor de los padres a la posesión antigua del corazón de la
hija, y queriendo desahogar por la comunicación halle la boca, los ojos y la puerta
cerrada, y aun imposible el alivio de la pluma? Aquí, o se ha de volver al siglo, o
cuando por la profesión no se pueda, vivirán la monja y la Religión quejosas entrambas:
la Religión, porque la monja no vive ajustada a sus obligaciones: y la
monja, porque mirará a la Religión como a tirana de su libertad. Todo esto se ataja
con una medianía prudente. Permítase a una religiosa que vea a sus padres: dese a
esta comunicación lo que pide la piedad, y niéguesele lo que puede entibiar el fervor:
que desta suerte se alentará el espíritu, y dejará de ser infierno lo que se busca
para alcanzar dichosamente el cielo"-
Toda esta batería de cavilosos discursos asestaba el infierno contra aquel loable
designio: pero el P. Fr. Manuel, que era el blanco adonde se hacía la mira y se descargaban
las balas, se defendía con decir que el desvío que en aquel convento se
profesaba, si bien era difícil a la naturaleza, era a la gracia muy fácil: que la comunicación
de los padres solía ser afecto y antojo del amor propio, no efecto del divino:
que a los padres no se les hacía agravio, pues sabían que, dejando ir a sus hijas
a aquella casa, se había de acabar su memoria: y que el haber de hablar al padre o
madre en un día bastaba para inquietar a una monja en todo un año: y que, viniendo
a la reja en paz, volvería en guerra que la moverían, ya afectos de dolor, ya de contento
de los sucesos de su casa.
Tan altamente se imprimió en el corazón de las religiosas esta