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DÉCADA XI. CAPÍTULO SEXTO. ARTÍCULO 8 435
de no poca mortificación el haber de proseguir en tiempos tan miserables la
costosa planta que hicieron y empezaron en más floridos tiempos, y con la ayuda de
un Patrón muy rico y poderoso, y que gastaba con generoso ánimo, mirando como
propio el edificio.
Comenzóse con mucho aliento a levantar la fábrica, pero como a los pobres no
todo les sucede como desean, o porque por sus incomprensibles juicios tenía Dios
guardados los pulimentos de este templo para nuestras edades, quiso nuestra desgracia
que muy a los principios de la obra llamase Dios para si al señor Don Martín
de Arostigui nuestro fecundo Patrón, cuando más viento en popa al aire de su piedad
crecía el edificio. Y entrando otros Patronos, aunque herederos de su devoción,
con menos bienes de fortuna para ayudar a tan inmensos gastos, vino a quedar tan
costosa obra sobre los flacos hombros de los pobres religiosos, y alguna renta, que
para ella dejó el difunto sobre las alcabalas de este Reino, por haberse atrasado con
quiebras, y casi haberse imposibilitado las cobranzas, y era muy corta ayuda para
tanto como la obra necesitaba. No obstante, animándose todo lo posible los religiosos,
y estrechándose de conveniencias, fueron prosiguiendo poco a poco, hasta ponerla
en las cornisas, sobre éstas levantaron después los lienzos de la parte del
cuerpo de la iglesia, hasta estar en estado de poner maderas, como se pusieron el
año de 1679, quedando el cuerpo de la iglesia cubierto, la Capilla mayor sin subir
de la cornisa, y en alberca también todas las otras, todo el ámbito de la iglesia con
un estado de cascajo, y por partes y todo casi imposibilitado para proseguirse.
En este estado se hallaba nuestra obra, y bien desconsolados los religiosos,
hijos de esta amable Patria, viéndose obligados a celebrar los divinos oficios en la
estrecha capacidad de una sala, que hasta este tiempo nos ha servido de iglesia, teniendo
otras Religiones templos admirables donde se ven asistidos con mucha frecuencia
de los fieles para la mayor grandeza de sus festividades, como en la fiesta
de nuestro Padre San Agustín nos veíamos desamparados de semejante concurso,
por no tener templo capaz donde los fieles se acomodasen. Mas, como su Majestad
penetra los corazones, leyendo en ellos nuestros buenos deseos, que eran tener templo
decente, donde con más veneración le diesen a su Majestad y a su