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DÉCADA XI. CAPÍTULO PRIMERO. ARTÍCULO 8 135
rendido. Muchas veces lo habemos temido sus hijos, porque con las continuas
y largas salidas del convento a la ciudad a los negocios de las fundaciones, con la
aflicción del espíritu, y con el poco cuidado del cuerpo, lo habemos visto muchas
veces tan postrado, que perdidas las ganas de comer las fuerzas para andar, hacía
cama, siendo su enfermedad solamente su flaqueza.
Merecen tan gloriosos afanes que V. S. y las demás hermanas nuestras los
alienten con sus oraciones. Suban éstas al cielo a solicitar de Dios la prolongación
de la vida de quien sólo la quiere para su honra y su gloria. Alcancen de su Divina
Majestad la propagación de esta Reforma en Portugal: y que no cabiendo en los
límites del reino esta generosa planta, dilate sus ramas a los más remotos climas,
adonde con las flores de la doctrina y con los frutos de la virtud fecunden el jardín
hermoso de la iglesia, aumentándole la belleza los claveles de los mártires, los jazmines
de los confesores, y las azucenas de las vírgenes, para que muestre esta planta
no degenerar de Agustino, cuyo corazón fué jazmín de las delicias de Dios.
FIN
En verdad que esta historia, compuesta por el P. Fr. José de Santa Teresa, Descalzo
portugués, y que parece fué escrita con destino a la publicidad, por el primor
con que se redactó en la forma y en el fondo del pensamiento, y hasta en la manera
caligráfica, resulta obra importante como de un testigo presencial muy amador de
nuestra Recolección y como escrita en vida del fundador de aquellos conventos,
pues murió el autor dos años después de escribirla y dedicarla a la Madre Priora de
las Agustinas Recoletas de la Encarnación en Madrid, adonde se había trasladado
de Portugal para diligenciar la malograda unión de los Padres Portugueses.
Con el objeto de corroborar algunas de las afirmaciones del autor 1 , vamos a reproducir
varios puntos de unas cartas privadas
1 En el libro Lumen domus del archivo de nuestra Procura general de Roma, al hablar de la bendición
y colocación de la primera piedra de nuestra iglesia de Roma, hecha por el Cardenal Paluzio
de Altieri, nuestro Protector, a 2 de Septiembre de 1667, se dice que asistieron varias personalidades
de gran suposición y viso, y también muchas personas adictas a nuestra Descalcez, y entre
ellas se nombra al Padre Fr. Manuel de la Concepción y a su compañero, "que habían llegado
para tratar de la Reforma en Portugal".