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HISTORIA GENERAL DE LA ORDEN DE AGUSTINOS RECOLETOS
y frescas son las del torrente, como dulces son los encantos del mundo, pero las
aguas del torrente se vuelven amargas, y los encantos del mundo envenenan el corazón
humano".
Con estas reflexiones mezclaba el recuerdo de su país natal; el recuerdo de la
inmensa y misteriosa llanura casanareña le traía la imagen de Dios Creador del paraíso
y Creador también del valle de Josafat, que ama al hombre haciéndolo feliz,
cuando es inocente, y lo condena inexorable, si no persevera en la santidad de vida.
Y pensaba en las miserables tribus de gentiles que había visto muchas veces cruzar
las pampas como manadas de fieras; y, al ver la imagen del Divino Redentor extendiendo
los brazos para que entrasen en los dominios de la Redención, se le comprimía
el pecho de dolor y daba salida con la plegaria a los afectos en beneficio de
los infieles. Tales consideraciones en un hombre curtido por los años, de rostro macilento,
consagrado a las austeridades, de andar acompasado, grave en sus palabras,
en el coro muy fervoroso, y respetado por todos con esa especie de veneración que
infunde la virtud, no podían menos de producir en su ánimo grandes y generosas
resoluciones, y en la comunidad de El Desierto hermosas esperanzas.
Preparación para el combate fué la época de su vida conventual hasta el año
1654, en que habiéndose reunido en Santa Fe el Señor Arzobispo, el Presidente de
la Real Audiencia, un Oidor y los Prelados de las Religiones, entre los cuales figuró
N. P. Comisario Fr. Juan Losada de San Guillermo, determinó la junta entregar las
misiones de Santiago de las Atalayas al Instituto recoleto. Fué lo primero que pensó
el P. Fr. Juan al aceptar este partido, destinar al Hermano Fr. Cristóbal a la nueva
empresa, porque sabía que la ejemplar vida de su súbdito sería una palanca poderosa
para la conversión de los infieles; y como las autoridades civiles y las personas
pudientes de Santiago estaban estrechamente emparentadas con él, tenía que resultar
de grande provecho su presencia para la debida instalación de los misioneros y
para sus empresas catequísticas.
Pero ¿querría prestarse a ello el Hermano casanareño? ¿Podría, aunque quisiera,
ser provechoso a la misión? Su edad era de 70 años. En el camino del amor de
Dios no se atiende a los años del cuerpo; cuanto más cargada está el alma de virtudes,
tanto más joven y vigoroso