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DÉCADA XI. CAPÍTULO SEGUNDO. ARTÍCULO 4 163
pos de él para segarle la cabeza, pero diríamos que la muerte, al ver de cerca el
corazón tan magnánimo de aquel hombre, se estremecía, pareciéndole una maldad
arrebatarle la existencia. Y veía caer a un lado y a otro centenares de muertos y sin
acordarse de sí pensaba en la salvación del prójimo. Recogió el último aliento de
tres de sus compañeros de viaje y oficio; pero en lugar de temblar de miedo, tuvo
envidia de la corona que habían ganado. Estaba al tanto de aquellas palabras de N.
Gran San Agustín 1 : Non recusetur certamen si diligitur praemium. Hágase tu voluntad
así en la tierra como en el cielo, solía decir con gran devoción al pensar que
podía perder la vida; porque si estaba de Dios el que muriera, moriría contra toda
humana prevención, y, si había de vivir, Dios sería bastante a sacarlo de todo peligro
como sacó a los niños del horno babilónico, como a los israelitas del mar Rojo,
y como a Daniel del lago de los leones.
Ha de saberse que a causa de la escasez del clero secular, pues muchos de sus
miembros habían sucumbido apestados, las parroquias en esta época fueron encomendadas
a los religiosos de las distintas comunidades: a nuestro convento de nuestra
Señora del Pópulo le tocó en suerte, entre otras, la de Omnium Sanctorum, que
desempeñó el P. Fr. Luis de San Agustín, quien enfermó gravemente de contagio;
durante su enfermedad hizo de párroco nuestro biografiado con mucho celo. Como
párroco se distinguió el P. Fr. Lope por su actividad caritativa; lo cierto es que si
mucho trabajó, también ganó mucho mérito, y Dios visiblemente le enviaba consuelos.
En cierta ocasión iba afanoso por la calle en dirección a casa de un moribundo;
de pronto oye que lo llaman de una casa pidiendo confesión; vacila un momento sin
saber a qué parte dirigirse; mira hacia todas las puertas y ventanas y a nadie ve, y,
sin embargo, está certísimo de que lo han llamado. Entra en la casa más próxima,
indaga de dónde ha salido la voz y nadie aparece; sube las escaleras llamando y
ninguno asoma; penetra en los aposentos, los registra, ve las camas y ningún ser
humano le sale al encuentro; aquella casa ha sido barrida ya con la guadaña de la
muerte; nadie ha sobrevivido a la catástrofe. ¿Quién ha llamado, pues, al Padre? La
voz era como de niño, pues ¿dónde está?
1 In fest. omn. sanct.