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HISTORIA GENERAL DE LA ORDEN DE AGUSTINOS RECOLETOS
reflexiones que acabamos de hacer. El nombre de este Padre produce el efecto
de un perfume escondido entre los legajos y volúmenes de un archivo; el olor de su
virtud lo compenetra todo; es imposible dudar de su existencia. En todos los claustros
de la Provincia de la Candelaria dejó vestigios de su paso; en todas las empresas
de su época se notan partículas olorosas de su virtud: su nombre hallámoslo
dondequiera; pero ¿de qué pueblo era? ¿Cómo fué creciendo en virtudes? ¿Dónde
están los detalles íntimos de su existencia? Muy poco sabemos; sin embargo, no por
eso dejaremos de anotarlo aquí, ya para que nos estimulemos a indagar lo que falta,
ya para que nos sirvan de ejemplo sus hechos. Este con que comienza su vida pública,
es a saber, el celo por la gloria de la Orden, que demostró impidiendo que el
brazo secular demoliera el hospicio de Santa Fe, lo honra muy mucho. Porque la
verdad es que el P. Fr. Andrés se nos exhibe en lo poco que de él sabemos como
amador de su Orden y como celoso del bienestar temporal de los religiosos y de la
observancia de sus Constituciones.
Así, pues, cuando, en virtud de intrigas palaciegas se ordenó la demolición del
hospicio bogotano en el año 1655, era Vicario Provincial de Tierra Firme nuestro
Fr. Andrés.
En su lugar propio está anotado cuándo y cómo se estableció en Bogotá nuestra
casa. En ella, sin degenerar de sus fervorosos comienzos, prosiguieron los antepasados
atendiendo al fomento del culto y bien de las almas, en cuantas maneras les
permitían las circunstancias de lugar y tiempo; pues sabido es que a poco de haberla
abierto, tuvieron que cambiarla por otra consultando con la conveniencia, y que
dicho hospicio no recontó abundancia de sujetos; a pesar de lo cual, su vivir fué
ejemplarísimo siempre: y por más que se desafíe a la historia, no podrá descubrir un
borrón contra ellos, ni como conventuales ni como misioneros ni como escritores y
operarios de la enseñanza escolar.
Esta fundación tenía licencia del Arzobispo y del Presidente de la Audiencia,
pero edificada como fué en tiempos en que no bastaban solos estos requisitos, adolecía
de un vicio que minaba sus cimientos; se necesitaba licencia del mismo rey:
disculpa tenían los fundadores, pues el hospicio se había establecido poco tiempo
después de