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HISTORIA GENERAL DE LA ORDEN DE AGUSTINOS RECOLETOS
Estando, pues, en su casa, sucedió que un hermano suyo clérigo y grande siervo
de Dios, que dos o tres leguas de Coímbra regía una parroquia, cayó malo, y por
curarse vino a la ciudad a casa de su madre. Halló al religioso su hermano, que
había años no se veían: y asistiéndole éste a la enfermedad, compadecido de él el
clérigo, porque por la grande comunicacón de los años atrás sabía no había sido
muy ajustado y que era dado mucho a libros de vanidades, le preguntó si leía todavía
libros de comedias. El religioso le respondió con atención a no disgustarle, y
replicó el clérigo: Pues tengo de darte a leer un libro de que has de gustar mucho.
Fué éste el de las obras de Santa Teresa. Si en esto tuvo este siervo de Dios alguna
ilustración del cielo, no lo sabe el religioso: pero refiere que el celo que su
hermano tenía de aprovechar a las almas arrojó esta centella, por ver si prendía en
su miserable alma. En resolución, el religioso que había tenido hasta entonces una
terrible aversión a libros de espíritu, se allanó a leer el de Santa Teresa por dar gusto
a su hermano. Pero lo que empezó por gusto ajeno se trocó en gusto propio, engolfándose
tan dulcemente en aquel mar de elocuencia del Serafín del Carmelo, que
no bastando ya los días, daba a su lección las noches.
Una de éstas, que fué la del 26 de Agosto de 1665, llevado ya, como es creíble,
por el Espíritu Santo a la red que le tenía armada, llegó con la lección a aquel lugar
de la vida de la Santa, adonde refiere cómo, llegando a sus manos el libro de las
Confesiones de San Agustín nuestro Padre, y leyendo en ellas su milagrosa conversión,
se resolvió a tratar de allí en adelante con más veras de su aprovechamiento,
quedándole de allí adelante una grande renovación de espíritu.
En este lugar estaba tendida la red: cayó en ella el religioso poniendo Dios en
su corazón un deseo ardiente, no sólo de mudar de vida, sino de buscar para ello
Religión más estrecha. La devoción que tenía a la santa Restauradora del Carmelo,
y el haber sido su pluma el instrumento de esta mudanza le inclinó su voluntad a
escogerla por madre, pasándose a su Descalcez: pero, advirtiendo al instante que
dentro de su misma Religión de San Agustín podía lograr su intento, pues en Lisboa
se había ya plantado su Reforma, llevado, ya del