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DÉCADA XI. CAPÍTULO SEXTO. ARTÍCULO 11 471
Muy desempeñado dejó nuestro célebre orador el concepto que de sus relevantes
prendas tenía el auditorio, pues con regocijado afecto se daba cada uno de los
oyentes el parabién de haber logrado la fortuna de tan gustoso rato. Ofició este día
la música de la Real Capilla, y para que ésta saliese más airosa en sus lucimientos,
esmeró sus voces, resonando el ámbito de este majestuoso templo en acentos suaves
y sonoros, acompañados de instrumentos bien templados; y aunque en tono
bien puestas y conpuestas letras, se pone la siguiente, por la cortedad de este volumen...
No hubo otra cosa particular este día, a que se siguió la noche, con los mismos
lucimientos de luminarias, instrumentos y pólvoras que las antecedentes, y así, pasamos
al siguiente día.
Fiesta que hizo un devoto y sermón que se predicó, miércoles 27 de Octubre,
cuarto día de la octava
La piedad que nace de la oficina verdadera del amor en el seno de un católico
pecho, gasta tan pocas ceremonias, que, sin ser pretendida, ella misma se entra por
las puertas de su prójimo para ejercitar ansiosa las finezas de sus beneficios. Dígolo
porque, sin ser solicitado nuestro bienhechor D. Rafael de Ortega, Secretario de
Provincia de esta Cancillería, es tal su afecto al divino culto, su amor y cariño a mi
Religión sagrada y su devoción con la Reina de los Angeles María Santísima de
Loreto, que él mismo, repetidas veces, pidió lo admitiesen para costear una de las
fiestas que con tanto cuidado se prevenían. Señalósele este día para que en él lograse
el cumplimiento a sus encendidos deseos. Y por el mucho cariño que les tiene,
quiso que ocupasen altar y púlpito los MM. RR. Padres de la Santísima Trinidad,
Calzada, de que nos dimos no sólo por contentos, sino también afortunados, por la
buena correspondencia que siempre han tenido con nosotros.
Llegado, pues, el deseado día, asistidos de nuestro devoto, acudieron puntuales
a solemnizar la fiesta, recibiéndolos este convento con las demostraciones de cariño
y estimación a favores tan señalados, y con la salva que a los demás generosos
huéspedes. Y aunque no conocíamos al predicador que había de honrarnos, que era
el Padre M. Fr. Juan Silvestre, Regente de los estudios de Sevilla, teníamos