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DÉCADA XI. CAPÍTULO PRIMERO. ARTÍCULO 8 85
afecto a su Gran Padre, ya de ser éste el dictamen más prudente, se resolvió a
no militar debajo de bandera ajena, cuando la tenía propia. Resolvióse, en fin, a
pasarse a sus Descalzos.
Todo esto pasó en un instante, y así se puede decir fué un rayo en lo breve y en
lo activo. Y pudiera pasar como rayo, cuya llama, apenas aparece, cuando perece:
porque la poca constancia de este religioso, dándose las manos con su rebajada vida,
era muy fácil ahogar aquella llama. Pero Dios, que no la había encendido para
apagarse, le trajo luego leña en que prendiese.
CAPÍTULO XXI.
Ofrécesele una ocasión impensada de pedir el hábito descalzo.
Sucedió, pues, que habiendo esto pasado a los 26, luego a los 28 se hallase este
religioso presente a la fiesta de N. P. San Agustín en el Colegio que tiene nuestra
Orden en aquella ciudad, y estando en la iglesia, vió 4 mujeres cuyo extraño traje,
por ser blanco, y traer velos negros en las cabezas como monjas, le hizo reparar y
preguntar quiénes eran. Supo cómo dos de ellas eran hermanas de un Abad, cuya
virtud le había dado el renombre de Abad Santo: y que todas cuatro en su compañía
pasaban a ser monjas nuestras en el convento de la Reina.
Parecióle al religioso que esta ocasión le venía del cielo, y que no era acaso la
venida de este Abad en ocasión que Dios había dos días le había llamado para la
Reforma, siendo el Abad hombre que podía muy bien mediar en conseguirla: porque,
demás de llevar para ella aquellas monjas, tenía con el P. Prior una amistad
muy estrecha.
Vencido, pues, el religioso de este discurso, sin comunicar su intento a nadie,
temiendo algún embarazo, resolvióse en hablar al Abad. Y sucedió aquí una cosa,
que quizá fué de mucha importancia: porque el Abad, por el conocimiento y amistad
que tenía con el clérigo hermano de este religioso, visitólo en su casa sin aguardar
a que él le visitase primero: y hallándose el religioso presente, quedóle de allí
confianza para buscar al Abad; la cual, sin lo que se ha contado, quizá no la tuviera,
y que no osase a pedirle su favor en orden a la