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HISTORIA GENERAL - Provinciasannicolas.org

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<strong>HISTORIA</strong> <strong>GENERAL</strong> DE LA ORDEN DE AGUSTINOS RECOLETOS<br />

esta ciudad y a muchos de mi auditorio, por no ser molesto, lo pasaeré en silencio.<br />

Eran malos tratamientos del Demonio, con que la quería estorbar el uso<br />

de los Sacramentos y todos los ejercicios de virtud, comprimiéndola las quijadas<br />

y haciendo otros males en su cuerpo.<br />

Sólo diré que a más del trabajo corporal y su quebranto, decaimiento de fuerzas,<br />

imposibilidad de tenerse en pie, sintiéndose rendido su cuerpo, tan sin fuerzas<br />

y pesado, que lo mismo era querer mover un pie que querer arrancar un árbol<br />

profundamente arraigado (no es exageración, porque ni leve sombra es de lo que<br />

padeció), siendo esto y lo que dejo de decir, para un sujeto tan delicado como el<br />

suyo, sobre toda ponderación, era mucho más lo que interiormente por ella pasaba,<br />

porque aquí era persuadirla, que todo lo que sucedía era una mera ilusión de<br />

su fantasía y sólo gana de querer engañar a los que la regían.<br />

Aquí era el sentirse interiormente llena de vivísimas tentaciones: de indignación,<br />

de blasfemia, de desesperación y lascivia, tan ofuscado el entendimiento,<br />

tan seca la voluntad, tan sumamente triste, pareciéndola que ya Dios la había dejado<br />

con un aniquilamiento tan grande y una excesiva oscuridad, que, estremeciéndose<br />

toda a la congoja, se caía de su estado sin poder hablar en mucho tiempo<br />

palabra.<br />

Mas, en medio de este tropel de penas fué su disimulo tan grande que, alentándose<br />

todas sus fuerzas, hacía cuanto esfuerzo podía, porque no se llegase a<br />

entender; contentándose con que sólo las viese aquel sumo Bien, por quien solo<br />

las sufría. Solía decir, que algunas veces, si pudiera hablar una sola palabra,<br />

solo porque no conocieran lo que padecía, la hablara. Su mayor expresión<br />

cuando podía era decir en muy sumisa voz: o ¡Dios mío! o ¡Hágase en mí la voluntad<br />

de Dios! Y las más veces se le conocía los exorbitantes trabajos que interiormente<br />

padecía, más por lo que en el rostro se disfiguraba, que porque los decía,<br />

y lo que más admiraba es, que, si la llegaban a hablar y tratar, a todos respondía<br />

con afabilidad, deshaciendo con natural y despejo lo mucho que padecía,<br />

pareciendo que en aquella alma generosa no había otra cosa, que todo dulzura<br />

interior, o según estaba con todos afable, que en ella nada de lo que padecía<br />

había.<br />

¿No es este prodigioso modo de obrar bien singular en nuestro frágil barro?<br />

¿No es éste un disimulo a toda inspección prudente?

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