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DÉCADA XI. CAPÍTULO SEGUNDO. ARTÍCULO 6 185
estas misiones, ¿no se dejaría engañar por las sugestiones de la pereza y del
mando? Que conteste ahora el P. Cronista 1 . Dice así: "Quien mas se ocupo por mucho
tiempo en la reducción de aquellas almas fue el ya mencionado P. Fr. José de la
Concepción el cual, negandose á otros empleos mas honorificos y de menor afan, se
mantuvo alli, yá de Prior, yá de missionero empeñado en el bien espiritual de sus
projimos; y en fin, tuvo por premio de sus apostolicas tareas el cargarse entre ellas
de dolencias, y el perder á su continuacion la vida".
Y véase la diadema de heroísmo con que está circundado este joven sacerdote:
enferman los misioneros uno tras otro, empero él desprecia la muerte y sigue organizando
otra expedición; fracasa la de Noviembre, y ajusta otra para la época de
sequía, y trata de penetrar en los desiertos casanareños para rescatar las almas a él
encomendadas. Sacia su celo verificando esta arriesgada empresa, gana muchos
indios y los saca a las doctrinas; mas él vese agobiado por una acerbísima dolencia
que lo postra en cama. Los bríos del heroico agustino han desaparecido; víctima del
hambre, de las insolaciones, de la sed, de las trasnochadas, cae al lecho del dolor;
Jesucristo ha principiado a aceptar la hostia pura del sacrificio; la Provincia necesitaba
entregar a Jesucristo la vida de uno de sus mejores hijos para que por él se salvasen
los otros.
Consumido por los achaques al hígado, al estómago y a la cabeza, Fr. José pasaba
sus días en Santiago de las Atalayas sin reportar a las misiones otra utilidad
que la de orar por ellas; por lo cual extendió su renuncia, que fué admitida; en cuya
virtud mandáronle los Superiores que regresara a los conventos para atender al restablecimiento
de su salud. En el convento de Honda, por ser clima caluroso, creyeron
la encontraría, y por premiar sus merecimientos fué nombrado por el Capítulo
Provincial de 1688 Prior del convento referido. Todo inútil: llevaba muy clavada en
su pecho la saeta del sacrificio; joven y lleno de entusiasmos, tal lo reclamaba para
sí el Cielo a aquel para quien la Provincia tenía prevenido lo más exquisito de sus
honores.
1 Ib., núm. 1.035.