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DÉCADA XI. CAPÍTULO SEXTO. ARTÍCULO 9 459
En una de las puertas del Nuevo Templo se puso en su alabanza la octava siguiente:
De otras cosas que se previnieron, para adorno y grandeza de las fiestas
Deseaban los devotos religiosos que estas fiestas, por ser a honra y gloria de
Dios y de su Santísima Madre, tuviesen todos los requisitos de grandes y majestuosas,
y así, para que las luciese la nobleza de esta ciudad, se dió el estandarte que
había de guiar la procesión al señor Don Diego Arostigui, Caballero del hábito de
Alcántara, nuestro Patrón, que convidó la Caballería para que le acompañase y nos
honrase, como lo suelen hacer los Caballeros de Granada, con generosa liberalidad
en semejantes funciones, en atención a los gloriosos timbres de su noble sangre y
celo ardiente al divino culto. Y para que más se autorizase la procesión, se convidaron
las Cofradías del Santísimo Sacramento de las más de las Parroquias, que se
ofrecieron gustosamente con mucha cera y estandartes para acompañar a Su Majestad,
fineza que celebraron mucho nuestros corazones. Hicimos también elección
para todos los días de las fiestas de la música de la Santa Iglesia, que se halla al
presente tan rica de diestras y admirables voces, que puede hacer competencia a las
capillas más sobresalientes de la Monarquía.
Previniéronse dos danzas para que alegrasen la procesión, una de sarao y otra
de cascabel, vestidas de las mejores libreas que han lucido en esta ciudad. Y porque
no faltase el sainete de los diablillos, se pidió licencia a los señores de la Real Cancillería,
que la dieron gustosos, para que los hubiese la tarde de la procesión y día
siguiente en que había de celebrar la Santa Iglesia, y para los tres días en que habían
de hacer fiesta y asistir los Tribunales del Real Acuerdo, Santa Inquisición y
notabilísima ciudad; hicieron muy costosas y donosas libreas con horribles figuras
para recreo y zumba de los muchachos y sustos de los pobres campesinos. Trajéronse
tres gigantes de estaturas disformes, que se pusieron en lo alto del jorfe, que
está entre las dos plazas alta y baja, como centinelas que atalayasen tan aseado
campo.