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HISTORIA GENERAL DE LA ORDEN DE AGUSTINOS RECOLETOS
CAPÍTULO XIV.
Retiro de los seglares que se guarda en aquel convento.
El rigor de vida que se plantó en aquel convento era materia a un largo discurso:
pero bastará por ahora decir un punto de observancia en que este convento es de
toda España la Fénix.
Vívese en esta casa con tanta abstracción de seglares, que para hablar a sus
monjas o enviarlas un billete o un recuerdo, no vale el privilegio de la naturaleza de
ser padre, ni madre, ni hermana, ni el de la profesión; pues no tratan aquí ni a un
religioso. Solamente la Priora y la tornera tienen algo de exención en esta parte:
ésta porque recibe y da los recados y órdenes necesarias para lo que está a su cargo
a una tornera de fuera: y aquélla porque puede hablar en materias tocantes a su oficio
a cualquiera persona.
Y por cercenar en esto de la comunicación todo lo superfluo, buscaron un médico
que fuese juntamente sangrador y cirujano, siendo que en Portugal suelen estos
oficios o artes ejercitarlos sujetos diferentes. Solía el quintero entrar y salir todos
los días por el comí a la quinta, así por componerla como porque en ella está el
agua que posee el convento. Parecióles esto a las religiosas una pensión muy pesada:
y por atajarlo, cerraron de cal y canto la puerta del pasadizo, dejando la quinta
fuera de la clausura, para que el quintero fuese allá por de fuera.
Hasta unas con otras guardan extremo recato. El velo anda calado siempre, y ni
en las Comuniones descubren del rostro más de lo que es necesario para aquella
acción. Hase ya naturalizado tanto en ellas la costumbre del velo calado, que el no
traerlo así se suele dar por castigo.
Todo esto y aun más lo facilita el amor de Dios: todo el celo de su honra. Este
celo en el P. Manuel y aquel amor en las monjas tocó a degollar a la carne y sangre:
rompió con las leyes del mundo por prenderse con las de Dios, y en este admirable
pero imitable retiro fabricó para las retiradas un cielo.
No pudo disimular el demonio su rabia, viendo que los corazones tiernos de
unas delicadas doncellas así se habían endurecido para el