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HISTORIA GENERAL - Provinciasannicolas.org

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DÉCADA XI. CAPÍTULO SEXTO. ARTÍCULO 5 413<br />

a los salvajes, mas, a fuer de avisado, no emprendió marcha hasta recibir formal<br />

mandato de su prelado, Fr. Juan de San Buenaventura, para que todos sus pasos<br />

y las más insignificantes acciones adquirieran el merecimiento infinito que tiene la<br />

obediencia. El P. Superior ordenóle, pues, que fuera a cumplir los designios divinos,<br />

y llegado el tiempo de partir, que fué a principios del año 1664, ante una muchedumbre<br />

de gentes que deseaban despedir a los expedicionarios, el Hermano Fr.<br />

Cristóbal, arrodillado con su comitiva, recibió la bendición que impartió el Padre<br />

misionero. Acto seguido, salió de la población acompañado de muchos vecinos,<br />

que lloraban por la suerte del Hermano y de sus compañeros y elevaban al ciclo sus<br />

clamores para que la divina Providencia los trajera con bien.<br />

El propósito del jefe de la excursión era internarse hasta donde no había llegado<br />

huella de gente conquistadora que tan escarmentadas tenía a las tribus nómades.<br />

Decíase que la raza achagua que habitaba la región del Airico era dócil y de costumbres<br />

menos salvajes. Los Padres jesuitas, a cuyo cuidado estaban los pueblos de<br />

Pauto, Tame, San Salvador, etc., obtenían con los de origen achagua óptimos resultados;<br />

precisaba por lo tanto entrar en el Airico y conquistar nuevas tribus, pasando<br />

a la otra banda del río Meta, cruzando las ilimitadas y desconocidas pampas del<br />

Vichada y salvando ríos y pantanos hasta topar la serranía que corre hacia Ciudad<br />

Bolívar.<br />

Siguió, pues, adelante el campeón recoletano y plantó en medio de las selvas el<br />

pendón de Jesucristo para que la sangre divina, revuelta con los sudores del misionero,<br />

convirtiera los yermos de la barbarie en vergeles de virtud evangélica y civil.<br />

Los ochenta años que gravitaban sobre sus hombros lo encorvaban hacia el suelo y<br />

robaban la energía y virilidad de los miembros, pero el ángel del Señor andaba con<br />

él para que no desfalleciera en el camino. Apenas los viajeros penetraron en aquellas<br />

llanuras sin fin, experimentaron las penalidades inherentes al clima y a la configuración<br />

del terreno. Tenían que abrirse paso quemando las pampas erizadas de<br />

hierba altísima y gramíneas, con peligro de que las llamaradas y el humo que cubrían<br />

el horizonte delatasen a los indios guahivos la presencia de los blancos expedicionarios;<br />

por lo cual, en repetidas ocasiones, hubieron

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