CIES SOCIEDAD BOSQUESINA - digeibir
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TOMO I:156 • <strong>SOCIEDAD</strong> <strong>BOSQUESINA</strong><br />
de borda, pequepeque, motosierra, generador de luz) que no se articulan<br />
con ninguna base técnica propiamente bosquesina y que, a pesar de<br />
significar un nuevo universo de manejo y comprensión, fueron integrados<br />
en la cotidianidad bosquesina en muchos lugares. Esta integración se hizo<br />
progresivamente y, con ella, el aprendizaje del funcionamiento de la nueva<br />
tecnología. En este proceso se crearon un lenguaje interpretativo y gestos<br />
técnicos nuevos y propiamente bosquesinos (p.ej. el uso del machete,<br />
cuchillo o palos de madera en la reparación de motores, el término de<br />
“cruzado” para significar un defecto de las bujías…).<br />
Este fenómeno nos muestra que en ciertas condiciones la “ruptura”<br />
con el universo socio-cultural bosquesino se da, y esta ruptura se sitúa<br />
tanto en el mundo material como en el religioso. En el primer caso, se<br />
trata de una herramienta cuyo efecto positivo (ahorro de energía humana,<br />
comodidad) es inmediato y, desde luego, evidente (como lo fue el del hacha<br />
de acero en el tiempo de las misiones de los siglos XVII y XVIII la que se<br />
volvió rápidamente una herramienta muy codiciada y un precioso bien<br />
de intercambio). Eso, precisamente, no es el caso de las “innovaciones” en<br />
la producción hortícola o en la crianza de animales. En el segundo caso,<br />
él de la religión, se trata de un efecto del miedo (se sabe cuán intensa es la<br />
prédica del infierno; algunos misioneros utilizan inclusive películas para<br />
ilustrar el fin del mundo), de la dominación (con mayor razón cuando<br />
el misionero es extranjero) y de la superioridad técnica del mundo<br />
“occidental” asociada a la superioridad de su dios; todo eso, combinado<br />
con la creación de un sentimiento de preeminencia electiva (“somos<br />
hombres y mujeres elegidos, mejores”), que se contrapone explícitamente<br />
a la igualdad tradicional de todos los comuneros, y, eventualmente, con<br />
el interés por bienes materiales o educación cuyo acceso la nueva iglesia<br />
facilita. El éxito de los misioneros puede contar en muchos casos con<br />
el apoyo de las mujeres que ven en la nueva religión un remedio contra<br />
el frecuente abuso de alcohol de sus esposos, de cuyas consecuencias, a<br />
menudo violentas, sufren. La conversión siempre es la consecuencia de un<br />
discurso, de una retórica que logra conmover al interlocutor; este discurso<br />
es más eficiente, en la medida que el misionero es más consecuente en<br />
su propia conducta. Como lo expusimos arriba: en una sociedad cuya<br />
comunicación es exclusivamente oral, la palabra tiene valor de acto, y<br />
este acto es el miedo (combinado con la esperanza de felicidad eterna)<br />
que el misionero logra hacer sentir en sus interlocutores mediante su<br />
discurso y el prestigio de los “mejores”, fuente de una desigualdad creada;<br />
su conducta conforme a su prédica da realidad a su palabra. Pero en caso<br />
de contradicción, corre el riesgo de desvalorizar su palabra y de perder su<br />
eficiencia.