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EL MÁRTIR DEL GÓLGOTA 99<br />

De pronto los silenciosos árabes interrumpieron su rezo, y apartando<br />

sus ojos del cielo, buscaron en la tierra- algo que sin duda<br />

promovía su curiosidad.<br />

— ¿Oyes, Hassaf? — dijo uno de los árabes.<br />

— Sí.<br />

— ¿Qué opinas tú deesa música campestre, mezclada con el canto<br />

de la voz humana, que llega hasta nosotros á través de las sombras<br />

silenciosas deta noehe y de los pailnajtos y arbustos de la montaña?<br />

— Opino que ha muerto alguno de esos orgullosos descendientes<br />

de Abraham que sufren el yu^o de los romanos, y que sus parientes<br />

le conducen al valle de Josafat.<br />

— El eco que llega hasta nosotros no- es el gruñido triste y destemplado<br />

de las plañideras... Oye, si no.<br />

— Tienes razón... Su canto es alegre, y los aullidos con que le<br />

acompañan demuestran el gozo.<br />

— Parece que las voces se aproximan hacia nosotros y en ese caso...<br />

Y Hassaf acarició el mango de su gumía.<br />

— ¡ Bah ! — contestó el árabe encogiéndose de hombros. —Los<br />

judíos han perdido su antiguo valor; fanáticos creyentes ]e sus tradiciones<br />

y sus Profetas, su vida es una esperanza, y mientras tanto<br />

nacen y mueren esclavos.<br />

— Ibrahim, ¿ sabes en dónde nos hallamos? — preguntó Hassaf á<br />

su interlocutor.<br />

— Junto á la fuente de Elias.<br />

— Pues bien, Elias era un rayo del Dios de los israelitas, y ellos<br />

vienen á beber de esta agua, porque dicen que endurece el corazón<br />

y aumenta el valor.<br />

— Ya sé yo que en las grutas del Carmelo se refugian los terribles<br />

discípulos de ese profeta; pero ellos no combaten nunca con<br />

los árabes, prefieren á los romanos. Nuestras frentes, tostadas por<br />

el sol de Egypto y el simoun del desierto, les agradan menos que lü^<br />

rostros sonrosados y olorosos cabellos de esos mercenarias del Idumeo,<br />

que mamaron en la sentina del mundo la leche de sus prostituidas<br />

nodrizas.<br />

Confia menos en tu valor, — continuó Hassaf,—y piensa que<br />

esos camellos que descansan y la pesada carga que los agobia es la<br />

única fortuna de nuestros hijos.

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