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242 EL MÁRTIR<br />

Marco Antonio, á la vista de aquella encantadora aparición, se<br />

quedó fascinado como si la diosa de las espumas le hubiera enviado<br />

sus ninfas para recibirle.<br />

Desde aquel momento, el amor que le brindaron los brazos de<br />

la astuta reina le aprisionó en sus redes, y se olvidó de Roma,<br />

de su esposa Octavia, de su deber, para pensar sólo en Cleopatra.<br />

Augusto, indignado del comportamiento de Antonio, le mandocastigara<br />

á los parthos, que comenzaban á insolentarse; pero ¡ ay I<br />

Antonio y sus legiones se habían enervado en la corte de Egipto, j<br />

los parthos los destrozaron, y Antonio corrió á ocultar su vergüenza<br />

en los brazos de Cleopatra. Octaviano Augusto se propuso vengar á<br />

Roma y á su hermana, y se encaminó con un ejército considerable á<br />

Egipto.<br />

Antonio, falto de valor para esperar á su contrario, huyó con su<br />

cómplice á la vista sólo de la flota de Augusto, retirándose á Alejandría,<br />

en donde se atravesó el pecho con su espada.<br />

Cleopatra, temerosa de la venganza de Augusto, encerróse en un<br />

sepulcro, grande como una casa, adonde hizo conducir á Marco<br />

Antonio, que se hallaba mal herido, introduciéndole por una ventana<br />

atado con unas cuerdas.<br />

Dos horas después, Antonio habia dejado de existir, y Octaviano,<br />

sü vencedor, se hallaba en presencia de Cleopatra.<br />

— Disponte á seguirme á Roma con el manto de púrpura sobre los<br />

hombros y la corona en Fa frente; te haré entrar por la via Triunfal<br />

delante de mi carro vencedor.<br />

La reina nada dijo.<br />

Sus ojos, negros como la noche, lanzaron una mirada de odio j<br />

desprecio al romano.<br />

Cuando se vio sola, llamó á Iras, su esclava favorita, y la dijo<br />

estas palabras, entregándola un puñado de oro :<br />

— Toma, busca al campesino á quien he encargado el último<br />

adorno de mi reinado.<br />

Del- fondo del mar comenzaron á alzarse las tinieblas anunciando<br />

la noche álos habitantes de Alejandría, cuando Iras, envuelta en un<br />

manto, abandonó el grandioso mausoleo de Cleopatra, y atravesando<br />

algunas calles, llegó al campo y se detuvo á la puerta de una<br />

choza.

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