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CAPÍTULO VIH.<br />

DE PILATO Á HERÓDES.<br />

Samuel Beli-Beth cogió brutalmente por el hombro derecho á<br />

Jesús y le condujo casi arrastras hasta el pié de las gradas donde<br />

estaban los estandartes.<br />

Después, dándole un terrible puñetazo en la espalda, dijo con voz<br />

atronadora :<br />

— Juez romano, el pueblo pide justicia y la espera de tí, porque<br />

tú sólo tienes derecho de vida y muerte sobre los subditos del ilustre<br />

emperador Tiberio. Este hombre es el hijo del carpintero José y de<br />

María; todos le conocemos perfectamente. Dice sin embargo que es<br />

rey de Judá, hijo de Dios, y qué sé yo cuántos otros sacrilegios que<br />

no es decoroso recordar. Hace tres años que recorre las tribus<br />

embaucando á las gentes sencillas, no respeta la ley de nuestros<br />

mayores, y cura en sábado las dolencias del prójimo. Esto, como<br />

ves, merece la muerte, y eso espera de tí el pueblo que llena la<br />

plaza. He dicho,<br />

Beli-Beth tornó á sacudir un segundo puñetazo en el pecho de<br />

Jesús,<br />

El pueblo le aplaudió.<br />

El miserable judío hizo un saludo como dando las gracias.<br />

— Si Jesús no ha cometido más crímenes que los que acabas de<br />

relatar, — dijo Pilato, — yo, que represento á Roma, no le hallo<br />

culpa suficiente para castigarle.<br />

— Es un malhechor, un conspirador, un blasfemo, — gritó Caifas<br />

acercándose á las gradas. — Si no fuera un criminal no te lo hubiéramos<br />

traido.<br />

— Si ese hombre pecó contra vuestra ley, — repuso Pilato, —

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