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EL MÁRTIR DEL GÓLGOTA 153<br />

Los bandidos llegaban hasta el punto de llorar oyendo sur.<br />

cantares.<br />

Pero Enoe, á quien llamaban, por el respeto que les inspiraba,<br />

Sarai*, era buena y condescendiente con aquellos desgraciados.<br />

Ella preparaba su frugal comida y amasaba diariamente sus tortas<br />

de harina; ella curaba sus heridas y se pasaba la noche en vela<br />

á la cabecera de sus lechos de hojas secas.<br />

ün dia Dímas la dijo:<br />

•— Enoe, no puedes permanecer más con nosotros sin correr un<br />

grave riesgo. El dia que los soldados del tirano de Jerusalen descubran<br />

nuestra guarida, serás crucificada. Y siendo inocente, como<br />

eres, de los crímenes que cometemos, no quiero exponerte.<br />

Enoe se encogió de hombros, demostrando que todo la era indiferente.<br />

Dímas la recordó entonces que tenia un hijo, y Enoe, abra.'.ando<br />

con amoroso afán á Boanerges, contestó con acento conmovido:<br />

— Tienes razón, hermano mío. ¿Dónde he de ir?<br />

— Esta noche partiremos. Te he comprado una modesta casita<br />

cerca de Cafarnaum, á la orilla del lago de Galilea. Aquel país es<br />

tranquilo, y allí no corréis peligro ni tú ni tu híjo; yo iré á Acros<br />

siempre que mis ocupaciones me lo permitan. Ya sabes que nunea<br />

he de abandonarte.<br />

Enoe besó la mano de aquel hombre generoso que la casualidad<br />

le habia deparado, y algunos dias después se hallaba instalada en<br />

su nueva habitación de Cafarnaum.<br />

Enoe, en la soledad de su retiro, se ocupó solamente en la educación<br />

de su amado hijo.<br />

La naturaleza había dotado á Boanerges de un corazón de fuego<br />

y de una inteligencia clara.<br />

Su madre colocó un dia la lira en la mano del niño, y el niño llego<br />

á ser un uran mú^icoT<br />

Dios le había dado la inspiración de los poetas.<br />

Boaner.:es, á los catorce años, tocaba la lira y cantaba con la<br />

misma dulzura que una virgen del templo de Sion.<br />

I. Señora nuestra.

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