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294 EL MARTIR<br />

Cayo corrió á ejecutar las órdenes de su señor.<br />

Claudia salió de la cámara; pero antes recordó á su esposo que le<br />

habia dado palabra de respetar la vida de Jesús.<br />

Pocos momentos después volvió á aparecer Cayo Appio.<br />

Los gritos continuaban con doble furia.<br />

— Señor, — dijo Cayo, — los jueces del Sinedrio, los sacerdotes<br />

y los fariseos, se niegan á entrar en el palacio, porque no quieren<br />

manchar su conciencia entrando en el dia de Pascua en la casa de<br />

un hombre que adora á los dioses del Olimpo.<br />

—- ¡<strong>Mi</strong>serables hipócritas! — exclamó Pilato. — ¡Raza despreciable<br />

y vil, que toca las trompetas para dar un miserable denario<br />

de cobre al menesteroso, y roba en silencio un talento hebreo al que<br />

lo tiene!<br />

Y como en este momento los gritos de « ¡ Justicia! ] Que salga el<br />

gobernador! ¡ Que se asome Poncio Pilato 1 » llegaban con más<br />

fuerza á sus oidos, continuó :<br />

— Está bien. Ya que ellos no quieren venir hasta mi, yo iré hasta<br />

ellos. Cayo, forma mi guardia pretoriana en las gradas del palacio,<br />

coloca mi trono ambulante bajo el primer pórtico, y pon dos portaestandartes<br />

al pié de la escalinata. Voy á ver qué quieren de mí<br />

esos perros rabiosos.<br />

Cayo obedeció á su señor.<br />

El pueblo apagó un tanto sus feroces aclamaciones, en vista del<br />

aparato guerrero que el juez romano desplegaba.<br />

Appio colocó dos portaestandartes en la primera grada del palacio.<br />

Aquellos soldados, graves, amenazadores, con la piel de leopardo<br />

sobre las espaldas, la bruñida coraza, y el estandarte con el águila*<br />

imperial, inspiraban respeto.<br />

Pronto cundió la noticia de que el juez romano iba á presentarse.<br />

Jesús, mientras tanto, se hallaba en mitad de la plaza, sufriendo<br />

los insultos y los golpes del populacho.<br />

Por fin apareció Pilato bajo los pórticos de su palacio, sentado en<br />

un rico sillón de oro que conducían cuatro esclavos.<br />

1. En la época de Tiberio liacia ya mucho tiempo que en los estandartes romanos<br />

se habia reemplazado la loba por el águila.

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