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EL MÁRTIR DEL GÓLGOTA 39<br />

— Capitán, tengo cuarenta años, y entré en el oficio cuando apenas<br />

levantaba del suelo tanto como la gabelina que llevas en la mano,<br />

porque mi padre tuvo como yo un cariño extremado á las cosas<br />

de su prójimo. De^de muy pequeño reconoció el autor de mis días,<br />

qu£ yo era un muchacho aventajado, y me dedicó á la honrosa y<br />

delicada comisión de espía; yo tomé como un juego aquella ocupación,<br />

y la desempeñé con ese afán con que la infancia hace las cosas<br />

que le gustan. A los doce años era yo un modelo de astucia, sagacidad<br />

y penetración. No es inmodestia Dímas; iodos I? s viejos bandidos<br />

de Palestina me tenían por modelo y me designaban como<br />

una maravilla del arte. No he sido capitán por dos razones : la primera,<br />

porque no soy ambicioso, y esto no es decir que tú lo seas; y<br />

la segunda, porque siendo simple individuo de una cuadrilla, puedo<br />

servir mejor á mis compañeros y llevar una vida más independiente.<br />

Tú sabes que á veces me ausento por diez ó quince días de vosotros;<br />

durante este tiempo recorro las tribus, soy judío en Judea, galileo en<br />

Galilea y samaritano en Samaria; mudo de nombre como de raza<br />

cuando así me conviene; soy aquí comerciante, allá sacerdote; me<br />

introduzco en las casas, y como tengo eso que llaman doi; de gentes,<br />

me gano la amistad y las simpatías de sus dueños, descubro sus secretos,<br />

me entero de sus planes y de sus negocios, y cuando mi<br />

memoria reúne una buena cantidad de conocimientos que explotar,<br />

torno al viejo castillo de Hebal, donde me esperan mis coniianeros,<br />

les entero de todo, y ellos salen á coger el fruto de mis trabajos,<br />

evitándoles de este modo que pasen la noche en un barranco., muertos<br />

de frío y calados de agua, esperando á los caminantes, para<br />

coger en cambio de tantas penurias un saco de negra cebada ó un<br />

puñado de amarillenta harina.<br />

— Eres un sabio, amigo Uríes, y la compañía hace bien en darte<br />

dos partes en el botin.<br />

— ¡ Ay, querido Dímas! Los hombres son muy ingratos, líistoy<br />

seguro de que á pesar de mi saber, cualquier dia, en recompensa<br />

de mi ciencia y mis desvelos, me colgarán de un árbol, como hicieron<br />

con mi honrado padre, que sabía tanto como vo.<br />

Dímas se sonrió oyendo la picaresca relación del facineroso,<br />

tenido entre sus camaradas por el más astuto de la cuadrilla.<br />

— Créeme, capitán, —volvióádecirl ríes, —el hombre fué creado

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