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^ EL MÁRTIR<br />

La atmósfera se condensaba por instantes, y de su vaporoso seno,.<br />

comenzaron á caer gruesas y precipitadas gotas sobre la seca tierra<br />

de los adoradores del becerro, apellidada por los judíos Casa de iniquidad.<br />

Todo anunciaba una de esas tempestades terribles que con tanta<br />

frecuencia se improvisan bajo el cielo de Palestina.<br />

Los relámpagos comenzaron á sucederse con rapidez, y el trueno,<br />

recorriendo el espacio, redoblaba su poderoso acento.<br />

Sobre la alta cima del monte Hebal, suspendido junto á un profundo<br />

precipicio como el nido de un águila, alzaba sus negros y<br />

toscos muros, un castillo de pobre y tétrica arquitectura.<br />

Aquella sombría fortaleza, levantada allí por la mano atrevida de<br />

los cutheos, después de la dominación de los asirlos, se hallaba<br />

habitada en la época de Heredes por una gavilla de malhechores.<br />

Su jefe, joven, que apenas contaba veinte años de edad, valiente y<br />

temerai'io, á quien una venganza habia empujado á la vida aventurera<br />

del salteador de caminos, práctico en el terreno, se burlaba de<br />

los soldados herodianos, y cargado de botín regresaba á su inexpugnable<br />

madriguera, donde saboreaba con sus compañeros los despojos<br />

del pillaje.<br />

Un relámpago encendió por un momento el oscuro horizonte, y á<br />

su rojiza claridad, viéronse unos hombres que se deslizaban por la<br />

quebrada y resbaladiza pendiente del monte Hebal, en dirección á<br />

los barrancos de Garizim.<br />

Los nocturnos viajeros caminaban, dejando á su espalda la fortaleza<br />

de Hebal, sin hacer caso de la tempestad que bramaba en el<br />

espacio, sin importarles las oscuras tinieblas que les envolvían ni<br />

lo peligroso de la senda, por la que avanzaban con paso precipitado<br />

y seguro.<br />

Un relámpago iluminó por dos segundos el espacio.<br />

Su rojiza luz caia sobre los misteriosos caminantes, bañándoles<br />

con su tétrica y fantástica claridad.<br />

Entonces se pudo ver que eran ocho.<br />

Sus trajes, mezcla de hebreo y romano, sus frentes tostadas por<br />

el sol, y sus hirsutas y despeinadas barbas, les daban un aspecto<br />

feroz.<br />

Entre ellos iba un joven, en cuyo rostro apenas apuntaba el bozo

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