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DEL GÓLGOTA 145<br />

orgulloso señor por los dilatados confines de Judá, aplastando bajo<br />

su peso á los descendientes de Abraham.<br />

Montes de oro depositados á los piés de Roma para conquistarse<br />

su protección habían cruzado los mares de Escalón á Gaeta.<br />

Sus hijos, su esposa, sus amigos y parientes, habiar, sido sacrificados<br />

bajo el filo.de su terrible hacha á la menor desobediencia;<br />

perdida su alma, su honor, su reposo, viendo eternamente en sus<br />

sueños las ensangrentadas sombras de sus víctimas, oyendo sin<br />

cesar por todas partes la maldición de su pueblo, y sintiendo en su<br />

cuerpo la maldición de Dios con los terribles y prolongados padecimientos<br />

de una enfermedad mortal.<br />

Y todo esto ¿para qué?<br />

Un Rey de la descendencia de David acababa de nacer.<br />

Y ese Rey poderoso y vengador se iba á levantar delante de él, y<br />

á expulsarle de su trono como á un leproso inmundo.<br />

Esto pensaba Heródes midiendo á grandes pasos su cámara.<br />

El sanguinario idumeo tenia miedo, y ese miedo fué su verdugo<br />

en los últimos años de su vida.<br />

— ¡Oh! ¡No será!... — exclamó con reconcentrado furor, 'eteniéndose<br />

delante de la corona, cuyas hojas brillaban á los ravos<br />

claros de la luz que despsdia la lámpara. — ¡Tú serás mía, v SÍ')1O<br />

mía, hasta mi ultimar hora!... Y sí es preciso para eso sacrificar á la<br />

raza israelita, yo armaré mis legiones, mis lanzas Iracias. <strong>Mi</strong>s valientes<br />

germanos, mis nobles aliados saldrán de Jerusalen, v las<br />

trompetas de degüello anunciarán su último instante. Sí, vo os exterminaré<br />

como Nabucodonosor : ni los muertos del valle de Josafat<br />

se han de librar de mi furor. Dicen que el mar Muerto se formó<br />

sobre las ruinas de Sodoma y Gomorra con la lluvia de azufre y<br />

fuego que el cielo indignado lanzó sobre ellas: pues bien, la<br />

arenosa Palestina, con la sangre de sus soñadores hijos se co)ivertirá<br />

antes de mucho en otro mar, que llamarán los venideros el mar<br />

de sangre.<br />

Y H ró les, como sí hubiera aüfotado las últimas fuerzas i!;' su<br />

enfermizo espíritu, se dejó caer desplomado sobre un almohadón,<br />

contraído el semblante y trembloroso el cuerpo.<br />

De esta abatida situación vino á sacarle su esclavo Cingo.<br />

— Los extranjeros esperan, — dijo con su habitual laconismo.

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