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DEL GÓLGOTA 53<br />

» Extendió en seguida las manos sobre la asamblea que se inclinaba<br />

á su bendición pontifical*, y exclamó : ¡Oh, Israel! Dirija el<br />

Eterno hacia ti su luz, hágate prosperar en todas las cosas y concédale<br />

la paz.<br />

» Un cántico de gozo y acción de gracias, armoniosamente acompañado<br />

por las arpas sacerdotales, terminó la presentación de la<br />

Virgen. »<br />

Esta fué la ceremonia que tuvo lugar en el templo de Sion en los<br />

últimos dias de noviembre.<br />

Zacarías, príncipe de los sacerdotes de Ain y pariente de Joaquín<br />

y Ana, fué el que recibió á la dierna Virgen de los brazos de su madre<br />

para depositarla al lado de sus compañeras en la casa de Dios.<br />

Desde aquel dia piadosas matronas, que eran responsables ante<br />

los sacerdotes del precioso depósito que se las confiaba, miraron<br />

con respeto á la tierna adolescente, cuya bondad y hermosura las<br />

subyugaba.<br />

Su retiro en el templo no fué una clausura monacal.<br />

Sus padres, que desde el momento de la presentaí ion se avecindaron<br />

en .Jerusalen, la visitaban con frecuencia; no podian vivir lejos<br />

de aquella hija, blanca y pura paloma que todo lo perfumaba<br />

con su presencia, como la magnolia de Oriente al abrir su aromático<br />

cáliz.<br />

Todas las tardes después délas abluciones, cuando los ravos del<br />

sol comenzaban á bañar con la roja luz del crepúsculo vespertino<br />

las cordilleras del Thabor, las águilas, abandonando sus negros nidos<br />

del Líbano, se cernían con perezoso vuelo sobre los blancos y<br />

elevados minaretes de Jerusalen, María, cubierta con el pudoroso<br />

velo de las vírgenes y seguida de sus compañeras, entonaba con fervoroso<br />

acento al pié del ara, las plegarias de Eslra, y el Dios de Sion<br />

indudablemente oía su dulce súplica, que desde el polvo de la tierra<br />

se elevaba hasta el santuario de su paraíso, expresada en este poético<br />

y santo estilo :<br />

(c ¡Oh, Dios!... Que vuestro nombre sea glorificado y s.ndilicado<br />

1. <strong>Mi</strong>éulras el pontífice daba su bendición, el pueblo estaba obliírado á iinierso<br />

las manos suhre los ojos y encubrir el semblante, porque no ' rn prniiitido ver<br />

la mano del sacerdote. Los judíos imaginaban que Dios estaba drira^ de! >a(erdote<br />

y les miraba á través de sus uiano^ IcmliihH, y no se atrrvian A liívantar<br />

los ojos hacia rl, porque nadie puede ver á Diüs y vivir. — (ljA>.NAr,i;, lib. \ II.)

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