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160 EL MÁRTIR<br />

— ¡ Prodigio de los cielos, misteriosa revelación d- un Dios que<br />

no hemos adorado los discípulos de Zoroastro, — añadió Gaspar con<br />

fervoroso acento, — guíanos hasta la cuna de tu Santo Hijo, y yo<br />

besaré sus piés y adoraré su cuerpo !<br />

Entonces la estrella, como si hubiera esperado las palabras del<br />

rey idólatra para emprender su marcha, comenzó á deslizarse por el<br />

espacio.<br />

Los reyes la siguieron.<br />

Dejando la tierra á sus dromedarios, fijos sus ojos en la hermosa<br />

estrella, caminaron dos horas más entre barrancos y precipicios, sin<br />

ocuparse del peligro que les amenazaba á cada paso.<br />

Por fin el brillante astro se detuvo en la cima de una ciudad pequeña<br />

que descansaba en la cumbre de una colina.<br />

Aquella ciudad era Belea de Judá, patria inmortal, cuna santificada<br />

del Redentor del hombre.<br />

Los reyes se disponían á entrar en Belén, cuando la estrella, como<br />

si se hubiera desprendido de la mano misteriosa que la sujetaba en<br />

el espacio, cayó del cielo y fué á- colocarse sobre la desmoronada y<br />

ruinosa puerta de un establo<br />

JLiOs reyes creían encontrar en un palacio al Mesías; pero aunque<br />

les asombró el sitio miserable que la mensajera del cielo elegía para<br />

detener su paso, echaron piéá tierra, y haciéndose descalzar las sandalias<br />

por sus esclavos, hundieron sus frentes en el polvo del umbral<br />

y entraron después en el establo.<br />

El niño Dios se hallaba tendido sobre un humilde lecho de paja;<br />

la Santa Madre, á su lado, contemplaba con dulce veneración á la<br />

prenda de su amor.<br />

El astro de los cielos le enviaba sus hermosos rayos, que caían<br />

como un arroyo de luz sobre la Madre y el Hijo.<br />

Los reyes avanzaron hasta el pié del pesebre con profundo<br />

re&peto.<br />

Grande era la fe que les animaba, cuando doblando la rodilla<br />

fueron á besar con respeto los pequeños piés de aquel niño pobre y<br />

abandonado que había nacido en un establo.<br />

Los poderosos reyes de Seleucia y Oriente, ácuya voz doblaban la<br />

cabeza sus leales esclavos, los idólatras babilonios, los sabios de<br />

Persia, rendían vasallaje ante el Niño d« un poíwe carpintero de Na-

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