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DEL GÓLGOTA 167<br />

eos de hosanna por la gloria del Hijo.... Corred, piadosas mujeres,<br />

justos israelitas, sabios sacerdotes, poderosos escribas, esparcid tan<br />

fausta nueva por los dilatados confines de Palestina.... ¡Hijos de Jerusalen,<br />

engalanaos como en la fiesta de los Ázimos, cantad como<br />

en la fiesta de los Tabernáculos, derramad óleos y esencias como en<br />

las bodas de los príncipes, porque aun todo eso y cuanto hagáis en<br />

honor de su anhelado advenimiento será pobre y mezquino para obsequiar<br />

al Mesías Salvador de nuestra oprimida raza !<br />

Y Ana, la inspirada profetisa, la virtuosa viuda, abandonando el<br />

templo de Sion, comenzó á correr por las calles de la ciudad sacerdotal,<br />

pregonándola venida del Mesías, el nacimiento de Dios.<br />

Las mujeres y los ancianos que se hallaban en las gradas del<br />

templo, absortos ante las palabras de Ana, se apresuraron á besar<br />

el humilde y tosco manto de la Virgen María, que no hallando frases<br />

su lengua para demostrarles su gozo maternal, un mar de perlas<br />

preciosas se deslizaron por sus frescas y sonrosadas mejillas, pagándoles<br />

con una sonrisa de dulcísima bondad su respetuoso acatamiento.<br />

« No solamente (dice San Ambrosio) los ángeles, los Profetas y<br />

» los pastores publican el nacimiento del Salvador del mundo, si<br />

» que también los justos y ios ancianos de Israel hacen brillar esta<br />

» verdad.<br />

» Uno y otro sexo, jóvenes y viejos, autorizan esta creencia, con-<br />

» firmada con muchos milagros.<br />

» Una Virgen concibe, una mujer estéril pare, Elisabet profetiza,<br />

» el Mago adora, una viuda confiesa este suceso maravilloso, y el<br />

» justo lo espera. i-><br />

La hora de presentar al Niño en la sala de los Primogénitos sonó, y<br />

José, dejando á su santa esposa en los atrios del templo, entró en la<br />

casa de Dios con su Hijo en brazos.<br />

Pero ¡ay! allí Jesús fué tratado como el último de los hebreos<br />

El sacerdote que recibió la ofrenda de manos del padre, ni siquiera<br />

se dignó dedicar una mirada al Dios Niño.<br />

El judío avariento y mal sacerdote miraba con desprecio el pobre<br />

don que el honrado carpintero venia á ofrecer ante el altar de los ho<br />

locaustos.<br />

La sed de oro endurecía el corazón de la mayor parte de los ra-

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