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222 EL MÁRTIR<br />

Y otro respondió :<br />

— Debemos prenderle antes que levanten en Israel el pendón de<br />

los Macabeos, y vengan los romanos y nos destruyan y desbanden<br />

como una manada de ovejas.<br />

Pero nadie se atrevía á poner la mano sobre el Joven Maestro.<br />

Jesús, cuya humildad era infinita, cuya mansedumbre era inagotable,<br />

dirigía en derredor suyo miradas de dulzura y sonrisas de<br />

amor divino.<br />

Pero ¡ ay! en aquellos ojos garzos, cuya profunda y dolorosa mirada<br />

no ha podido trasladar al lienzo el pincel del hombre, brillaban<br />

dos lágrimas.<br />

Cuando llegó junto á los soberbios muros de la ciudad deicida,<br />

detuvo el paso de su modesta cabalgadura.<br />

El pueblo se apiñó alrededor suyo y guardó un profundo silencio;<br />

porque Cristo habia demostrado con sus miradas que iba á<br />

hablar, y sus palabras eran un tesoro inapreciable para el pueblo<br />

de Jacob.<br />

El suelo estaba sembrado de flores, palmas y mirto.<br />

El ambiente perfumado como los tapices del Santo de los Santos.<br />

El silencio fué tan universal, que hasta las aves que saltaban de<br />

rama en rama suspendieron sus trinos.<br />

Los rayos claros y brillantes del sol caian como una lluvia de oro<br />

sobre la hermosa cabeza de Jesús,<br />

La gente, al mirarle, se estremecía, porque notaba en el Joven<br />

Maestro algo de la divinidad de Jehová,<br />

Jesús lloraba, con la radiosa frente inclinada sobre el pecho.<br />

Después de un momento de doloroso silencio alzó los ojos, y<br />

dirigiéndose á la ciudad, dijo con una voz que llegó hasta los últimos,<br />

con la misma vibración, con la misma claridad que á los<br />

primeros :<br />

— ¡Jerusalen, Jerusalen! el alma mia se estremece de dolor<br />

contemplando tus soberbios muros. ¡Oh, ciudad ingrata, á quien<br />

tanto he amado y distinguido!... Yo quise recoger tus hijos como la<br />

amante gallina ásus polluelos, y tú en pago pretendes darme muerte...<br />

Escucha, que aun retiembla por los aires la voz de Jeremías, que<br />

predice las amarguras que te aguardan. Yo lloro, y tú ni ves mis<br />

lágrimas ni recelas tu agonía. Tu loco orgullo, tu vana soberbia ha

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