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394 EL MÁRTIR<br />

— El ave del desierto quiere libertad. Y tú, Enoe, ¿qué quieres?<br />

— ¿Yo? Nada: me sobra todo, porque me falta él.<br />

— Mucho le amabas.<br />

— Era mi diva.<br />

— El tiempo y las distancias dicen que son grandes remedios para<br />

las dolencias de amor.<br />

— El amor que vive en el alma muere en el sepulcro y vuelve á<br />

renacer en el paraíso.<br />

— ¿Qué baria yo para consolar tus penas?<br />

— Llorar conmigo.<br />

— Las lágrimas afrentan á los hombres.<br />

— Pero embellecen á la mujer.<br />

— ¡ Si tú me amaras, Enoe!.,.<br />

Y Cingo dejó caer esta frase con miedo.<br />

La egipcia alzó sus hermosos ojos del suelo, y fijándolos con indefinible<br />

melancolía en el negro, exclamó, después de exhalar un<br />

suspiro doloroso:<br />

— ¡Amarte! ¿Se puede amar dos veces en la vida? No hay más<br />

que un amor: el primero; como no hay más que una existencia: la<br />

que recibimos al nacer.<br />

— Los poetas de mi patria han escrito muchas historias en verso<br />

ponderando la excelencia del segundo amor.<br />

— ¡ Pobres hombres! Lo que ellos creian amor era vanidad; lo<br />

que creian segundo era primero,<br />

— Pero el hombre que logró apoderarse de tu corazón ya no<br />

existe.<br />

¿Y qué importa? ¿Por ventura, aunque la tierra le cubra con<br />

su capa impenetrable, aunque el sepulcro encierre sus cenizas para<br />

guardarlas en el silencio profundo de la muerte, aunque yo no le<br />

vea con los ojos del cuerpo, dejo de verle siempre con los ojos del<br />

alma? El amor de la realidad no existe; pero el amor de los recuerdos<br />

se alza más grande, más hermoso en mi corazón, en mi<br />

memoria.<br />

Y Enoe plegó sus manos y alzó sus ojos al cielo, como si á través<br />

del ahumaüo techo de la habitación viera en el firmamento la imagen<br />

querida del príncipe de Israel.<br />

— Tú me aborreces, Enoe, —murmuró Cingo; — y ese odio, ese

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