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388 BL MÁRTIR<br />

— Es mí hermano, — dijo uno de los jinetes, dirigiéndose al<br />

otro.<br />

— Lo mismo creo, — respondió aquel á quien ibaai dirigidas las<br />

anteriores palabras.<br />

— Entonces, Cingo, ya sabes tu deber.<br />

— Nunca lo olvido, príncipe mío.<br />

Que Mercurio preste á tu corcel sus alas; que eL huracán envidie<br />

tu carrera.<br />

— Así lo espero.<br />

Entonces Archelao hizo volver su corcel en dirección al templo^ y<br />

Gingo, el esclavo favorito de Heródes, partió como una exhalación<br />

en seguimiento de Antipatro.<br />

El árabe se quedó solo en mitad de la calle, mii'ando cou espantados<br />

ojos en torno suyo, como si quisiera expUcarse todo lo que en<br />

tan poco tiempo habia acontecido á su alrededor.<br />

Luego, como si aquella pregunta que su curiosidad dirigía, en<br />

silencio á su entendimiento le pareciera muy difícil de responder,<br />

«<br />

lanzó un prolongado bostezo, y estirando los brazos porencima.de<br />

su cabeza todo lo que puede un perezoso, se dejó caer horizontalmente<br />

sobre un banco de piedra, y cerró los ojos, como el hombre<br />

que se dispone á dormir después de un dia de penoso trabajo.<br />

<strong>Mi</strong>entras tanto, Antipatro llegó á la puerta de D«,masco, y atrepellando<br />

á los curiosos que á la sombra de sus cuadradas y robustas<br />

torres comentaban el acontecimiento del día, salió al campo, haciendo<br />

retemblar con el precipitado galope de su caballo los chatos<br />

arcos y las huecas troneras.<br />

Poco después, Cingo el negro salia en seg.uimiento del hijo de su<br />

rey.<br />

— ¡ Beelzebub os guie! — exclamó un hebreo arrimándose, al<br />

muvo para no ser derribado.<br />

— Están locos, — murmuró otro.<br />

— Di más bien que huyen de la chamusquina. — dijo á su vez<br />

un mozalbete.<br />

— ¿Los has conocido?<br />

— ¡Toma! ¿Quién no conoce en la ciudad al afeminado hijo y al<br />

sombrío esclavo de Heródes? Son un par de alhajas digjias de la<br />

cruz.

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