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272 EL MÁRTIR<br />

de SU sitial y olvidando la compostura que le imponía el cargo que<br />

desempeñaba, comenzó á gritar:<br />

— ¡ Llevadle, llevadle á casa de Caifas! ¡Allí está reunido el tribunal!<br />

¡allí le esperan los testigos que le acusan! Yo no quiero ver<br />

ante mi presencia á ese miserable.<br />

— Vamos, falso profeta, — exclamó Maleo; — y cuidado con la<br />

lengua en presencia del pontífice, si no quieres que mi mano acaricie<br />

por segunda vez tu mejilla.<br />

Entonces un soldado colocó una caña en las manos de Jesús,<br />

pasándola bárbaramente por los cordeles que le sujetaban las muñecas.<br />

— Ya tienes el cetro, — dijo Maleo soltando una brutal carcajada;<br />

— vamos á que el pontífice te ponga la corona.<br />

Y diciendo esto, sacó á Jesús del salón casi á la arrastra.<br />

¡ Ferocidad increíble! Jesús el manso cordero, cayó sobre las duras<br />

baldosas, y al levantarse, su hermoso semblante se hallaba cubierto<br />

de sangre.<br />

Aquella sangre, aquella caña irrisoria que promovió la hilaridad<br />

de los verdugos, debían ser más tarde la semilla de la redención, el<br />

cetro del mundo.<br />

<strong>Mi</strong>entras tanto en casa de Caifas, poseídos de una mezquina pasión<br />

de venganza, se hallaban reunidos multitud de ancianos, escribas,<br />

sacerdotes y fariseos.<br />

Nicodemus se halló también en aquella asamblea.<br />

Mudo, silencioso, en un extremo de la sala, esperaba al Nazareno,<br />

del que se habia en secreto nombrado defensor.<br />

De vez en cuando los ojos de Caifas se encontraban con la impasible<br />

figura de Nicodemus.<br />

La precencía del amigo de Jesús en el salón desconcertaba al<br />

pontífice, que se había valido de subterfugios indignos de su alta<br />

dignidad para perderle.<br />

Allí estaban también los falsos testigos.<br />

El Nazareno era esperado con impaciencia.<br />

El odio cegaba la razón de los jueces.<br />

La ley iba á hollarse juzgando al que creian un trastornador del<br />

orden público.<br />

Pedro, que temiendo el furor de los soldados se había ocul-

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