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66 EL MÁRTIR<br />

La noche estaba próxima á empuñar su cetro de tinieblas, y José<br />

no volvía del Carmelo,<br />

La Virgen le esperaba resignada bajo su emparrado de azucenas<br />

y aromáticas madreselvas.<br />

Sus ojos azules se dirigían hacia Jerusalen, buscando en el dilatado<br />

cielo el punto que, según su cálculo, debia hallarse colocado<br />

encima del templo de Sion*.<br />

Sus labios, sonrosados como los claveles de los Alpes, se entreabrían<br />

silenciosos para dar paso á palabras sin ruido, formuladas<br />

en el fondo de su pecho virginal.<br />

Aquellas palabras eran la oración de la tarde, dirigida al Dios de<br />

Jacob,<br />

Las entrelazadas ramas del emparrado se abrieron para dar paso á<br />

unhermoso adolescente, de cuya blanca túnica salían raudales de luz.<br />

El ángel Gabriel, el emisario de la bondad inagotable de Dios, se<br />

hallaba junto á María, que llena de temor y sobresalto se quedó<br />

clavada en el duro pavimento; iluminó á la Virgen con una celestial<br />

mirada, y luego, extendiendo una mano en señal de acatamiento, la<br />

dijo con dulce y armoniosa voz :<br />

— Yo te saludo : llena eres de gracia : el Señor es contigo : Tú eres<br />

bendita entre todas las mujeres.<br />

María, con los ojos fijos en el suelo, no se atrevía á despegar los<br />

labios.<br />

Como la flor que al recibir la gota de rocío que le regala el cielo<br />

abre sus pétalos y dobla su tallo, así la pudorosa Virgen de<br />

Nazareth, mientras que su amoroso corazón se abría para albergar<br />

en él las misteriosas palabras del enviado de los cíelos, doblaba su<br />

frente, temerosa de ofenderle con su mirada, ó tal vez temía, como<br />

Moisés, verá su Dios y morir.<br />

— Nada temas, Maria, — volvió á repetir el ángel con dulzura,<br />

inclinando su radiosa frente, —porque has hallado gracia delante de<br />

Dios : concebirás en tu seno y parirás un Hijo, á quien pondrás el nombre<br />

de Jesús. El será grande y será llamado el Hijo del Altísimo. Dios le<br />

1. Los pueblos orientales se vuelven hacia cierto punto del cielo cuando oran,<br />

lo que ellos llaman el kebla; los judíos hacia el templo de Jerusalen, los mahometanos<br />

hacia la Meca, los sábeos, hacia el Mediodía, y los magos hacia Oriente.<br />

— (OUblNI.)

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