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124 EL MÁRTIR<br />

Aquel hombre pertenecía á la secta de los fariseos : se llamaba<br />

Nicodemus.<br />

Hé aquí lo que dijo con voz entera y tranquilo continente:<br />

— Sabios doctores, para juzgar á ese hombre es preciso oírle; oid<br />

á Jesús, y sus palabras conmoverán vuestros pechos. Yo le he buscado<br />

durante la noche; yo he discutido con Él por espacio de muchas<br />

horas. Su frente resplandece como la de Moisés; su palabra<br />

persuade como la de Elias. Ignoro dónde ha aprendido lo que sabe;<br />

pero yo, que he encanecido en el estudio de la ley, me he visto precisado<br />

á doblar la cabeza y confesarme vencido ante ese Nazareno,<br />

hijo de un pobre artesano. Si no es el Mesías, entonces preciso será<br />

confesar, aunque os pese, que es el sabio más profundo de la tierra,<br />

el hombre más grande del universo ; yo lo creo el Enviado de Jehová,<br />

porque en sus ojos mora la bondad de Dios, en su frente resplandece<br />

la divinidad sublime del Santo de los Santos.<br />

El consejo escuchó con profundo asombro las palabras de Nicodemus.<br />

La admiración de los doctores fué grande, viendo la defensa<br />

que de Jesús hacia uno de los suyos, reputado entre ellos por un<br />

sabio,<br />

Nicodemus, viendo que nadie le respondía, continuó :<br />

— Sabios rabinos, ¿por ventura nuestra ley juz;^aá un lombre sin<br />

haberle oido primero y sin informarse de lo que ha hecho?<br />

Anas entonces, indignado, ciego por la ira, alzóse de su asiento,<br />

y extendiendo el puño cerrado hacia Nicodemus, le dijo con voz<br />

atronadora:<br />

— ¿Eres tú también galileo? Escudriña las Escrituras y entiende que<br />

de Galilea no se levantó jamas profeta^.<br />

Nicodemus alzó su frente, mirando al mismo tiempo con dolorosa<br />

compasión la cólera de Anas, que acababa de arrojarle al rostro un<br />

insulto en vez de una respuesta.<br />

Llamar galileo á un fariseo era un gran agravio.<br />

Nicodemus, á pesar de aquel agia\io, no se inmutó.<br />

— Anas, -— le dijo, — acabas de ari'oj.iine al rostro una grosera<br />

ignorancia; pero te perdono y te ruego que estudies nuestras Escri-<br />

l. Evangelio de San Juan, cap. vn, vers, 52.

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