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32 EL MÁRTIR<br />

siempre en el rincón del mundo que no le pertenecía, aunque este<br />

fuera el más pobre, el menos productivo del globo terrestre.<br />

Su poder era inmenso. El mundo conocido entonces puede decirse<br />

que pagaba tributo al águila romana; pero sus miradas se<br />

dirigieron para contemplar con la codicia de los usurpadores un<br />

trozo de tierra salvaje y escabrosa que se le habia escapado.<br />

Aquel país se llamaba la Germanía, pueblo separado de la Galia<br />

por el caudaloso Rhin.<br />

El César, pensando siempre en lo que no poseía, envió sus legiones,<br />

al mando del general Varo, hombre de limitado talento y<br />

de una avaricia desmedida.<br />

Un joven llamado Arminio, hijo de una de las familias más nobles<br />

y poderosas de Germanía, de gran valor y de una habilidad poco<br />

común para la guerra, deseando sacudir el yugo de los romanos, y<br />

harto de la crueldad y avaricia del general extranjero, se fingió su<br />

amigo, y ofreciéndole descubrir el sitio en donde estaban ocultos<br />

los tesoros, logró conducirle con una parte considerable de sus<br />

legiones á uno de los bosques de que entonces estaba cubierto aquel<br />

país.<br />

Arminio habia reunido en aquel sitio algunas tribus címbricas,<br />

que sólo esperaban la señal para lanzarse contra los romanos como<br />

lobos hambrientos.<br />

Llegó la noche, y con ella la horrible matanza de los extranjeros.<br />

Varo, ante tan inesperada derrota, viéndose perdido, como Bruto<br />

en la batalla de Filípos, se atravesó el pecho con su espada, por no<br />

caer en manos de sus enemigos.<br />

Arminio, orgulloso con su triunfo, alzó una tribuna en mitad del<br />

sangriento campo de batalla;, desde allí, después de arengar á sus<br />

soldados, mandó que fueran degollados todos los prisioneros, prohibiendo<br />

que se les diera sepultura.<br />

Tres legiones inmensas de soldados veteranos perecieron en aquel<br />

bosque. Sólo pudieron salvarse algunos, que llevaron tan infausta<br />

nueva á las orillas del Tíber.<br />

Augusto, sabedor de la catástrofe, se vistió de luto, dejó crecer sus<br />

barbas y sus cabellos en señal de desconsuelo, y comenzó á sentirse<br />

enfermo.<br />

A veces se pasaba las horas con la vista en el suelo, los brazos

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