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266 EL MÁRTIR<br />

Roma, y tus deseos son órdenes para Tiberio; aquí me tienes.<br />

— Los años comienzan á doblar mi cuerpo hacia la tierra, querido<br />

sobrino, — le dijo Augusto. — Necesito un brazo joven y<br />

robusto que dirija el imperio después de mi muerte; quiero<br />

colocar sobre tu frente mi corona, y mi manto imperial sobre tus<br />

hombros.<br />

Tiberio se inclinó, más que por agradecimiento hacia su tio, por<br />

ocultar la inmensa alegría de su corazón.<br />

— Yo soy tu primer esclavo, señor, — le dijo : — manda; pero<br />

preferiria la soledad de mi roca de Rodas al estruendo de Roma.<br />

— Te he llamado, pues, — continuó Augusto, desatendiendo las<br />

palabras de Tiberio, — porque deseo instruirte en los deberes de un<br />

rey clemente y justiciero. La paz, hijo mío, debe ser el primer afán<br />

de los reyes.<br />

Tiberio volvió á inclinarse.<br />

Así permanecieron hablando por espacio de una hora.<br />

Augusto habia dispuesto que su sobrino se instalara en su mismo<br />

palacio, en una cámara contigua á la suya.<br />

Cuando el emperador manifestó que podia retirarse, pues al día<br />

siguiente continuarían su interrumpida conversación. Tiberio le<br />

dijo :<br />

— Señor, antes de separarnos quisiera interceder por un desgraciado<br />

que gime en un calabozo á orillas del Ponto Euxino, recordando<br />

en su soledad los encantos de Roma, los goces de la via<br />

Appia.<br />

Augusto frunció el ceño, y una mirada de cólera cruzó como un<br />

rayo por sus ojos, siempre bondadosos.<br />

Su rugosa mano cogió el brazo de su sobrino, apretándole con<br />

una fuerza increíble en sus años, un temblor nervioso agitó su<br />

del mar. Su único placer era consultar acerca de su futura suerte á los pretendidos<br />

adivinos, mandando luego á su fornido esclavo que los tirara al mar. Un<br />

dia hallábase en la elevada torrecilla de su casa consultando á un embaucador<br />

llamado Tracilo, el cual le iiabia dicho que infaliblemente llegaria á ser emperador.<br />

e ¿ Qi\é dicen los dioses y las estrellas de tu futura suerte ? » preguntó Tiberio<br />

con marcada y cruel sonrisa al adivino. Tracilo se puso á temblar, pues sabia<br />

la suerte de sus predecesores, y respondió: » « Que me amenaza una gran desgracia.<br />

» «t Tienes razón, le dijo Tiberio ; mi esclavo tenia la orden de despeñarte,<br />

pero te perdono porque lo has acertado. »

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