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400 EL MÁRTIR<br />

Los camellos imitaron el galope del caballo, los perros saltaron<br />

alrededor de los camellos; todos corrían, preocupados, tristes, meditabundos.<br />

La canción de Enoe habia producido un efecto melancólico.<br />

La aurora de aquel viaje se había presentado risueña, tranquila;<br />

pero aquellas nubecíllas de color de ópalo se habían trasformado en<br />

pardos nubarrones de color feo y amoratado. Cuando el sol salió no<br />

pudo lanzar sobre la tierra sus rayos vivificadores, porque estaba<br />

nublado.<br />

<strong>Mi</strong>entras tanto, Cingo corría y corría, más para aturdirse que por<br />

correr, y detras de él los camellos, levantando sus chatas cabezas,<br />

aspirando el aire y enseñando sus blancas murallas de dientes, y<br />

los enormes perros, ora delante, ora detras de la pequeña caravana,<br />

galopaban también, dando saltos y ladridos, como si quisieran preguntar<br />

el motivo de aquella marcha rápida.<br />

De repente se rasgaron las nubes, y un rayo cruzó el éter, dejando<br />

en pos de sí una culebra de fuego.<br />

El caballo de Cingo se encabritó.<br />

Los dromedarios lanzaron un resoplido medroso, augurando la<br />

vecina tempestad.<br />

Un trueno sordo y lejano rodó en las nubes, y algunas espesas y<br />

gruesas gotas cayeron sobre la tierra<br />

El negro contuvo su caballo y se paró.<br />

Los camellos hicieron lo mismo.<br />

Los perros se echaron en el suelo con la lengua dilatada, la respiración<br />

fatigosa y los ijares latientes,<br />

— Antes de mucho el agua caerá á torrentes sobre nosotros, Enoe;<br />

es preciso detenernos y levantar la tienda, — dijo Cingo,<br />

— Como gustes, — respondió la egipcia con indiferencia.<br />

El negro echó pié á tierra, ató el caballo al tronco de un árbol, y<br />

luego, acercándose al dromedario de Enoe, le tocó con la lanza en<br />

las nudosas rodillas, y el dócil animal se echó, para que bajara la<br />

egipcia.<br />

Con una rapidez asombrosa el negro alzó la tienda, colocándola<br />

junto ala falda de un montecillo, resguardada del Levante, que traia<br />

sobre ellos la tempestad.<br />

Luego extendió unas pieles y dijo á la esclava :

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