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DEL GÓLGOTA 9<br />

— ¡Por la Santa Sinagoga te ruego, anciano, que no me niciiues<br />

lo que te pido !<br />

— ¡Ea, acabemos ! exclamó el fariseo con marcadas muestras de<br />

mal humor.<br />

— Piensa lo que haces, — volvió á decir Dímas rechinando los<br />

dientes de furor, al ver la dureza de aquel viejo.<br />

— ¿Me amenazas?<br />

— Te aviso solamente.<br />

— Yo te desprecio.<br />

— <strong>Mi</strong>ra que ese dinero que te pido es para enterrar á mi padre.<br />

— Los pobres no necesitan sepulcros, habiendo muladares.<br />

¡<strong>Mi</strong>serable!— gritó Dímas, cogiendo con nervudas manos al<br />

viejo fariseo por el cuello. — <strong>Mi</strong> padre y tú bajareis á un mismo<br />

tiempo al sepulcro.<br />

Los testigos arrancaron de las manos de Dímas al fariseo, no sin<br />

trabajo, y dos horas después el joven huérfano se hallaba en el tétrico<br />

calabozo de la torre Antonia.<br />

Dímas tenia entonces diez y ocho años; edad en que las pasiones<br />

y los sentimientos no se ocultan, no se comprimen.<br />

AI verse solo en el mundo, encerrado en aquellas húmedas y tétricas<br />

paredes, lloró como un niño, porque recordaba las caricias de<br />

su bondadosa madre y el insepulto cadáver del anciano autor de sus<br />

dias.

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