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368 EL MÁRTIR<br />

faz como si el grito de su conciencia levantara ecos dolorosos en el<br />

fondo de su alma, apoyado en el báculo del viajero, bordeaba la<br />

pedregosa falda del monte de los Cadáveres hasta encontrar una<br />

vereda angosta que conducía á la cima.<br />

Cuando puso el pié en la vereda se detuvo, buscó con afanosa mirada<br />

un punto de la tierra, tal vez un recuerdo, y creyendo encontrarlo,<br />

cayó de rodillas, besando después con veneración las empolvadas<br />

piedras.<br />

El misterioso viajero besaba con fervoroso ardor la tierra que<br />

cuarenta años antes habia santificado con su tercera caida el Mártir<br />

Galileo.<br />

Ailí, en aquel mismo sitio, la venturosa mano de Simón Cirineo<br />

habia ayudado á Cristo á llevar el abrumador madero.<br />

— Sí, sí, aquífué, — murmuró el viajero con apagado acento, —<br />

aquí fué donde dijo: « Mujeres de Jerusalen, no lloréis sobre Mí, llorad<br />

sobre vosotros y sobre vuestros hijos. » Y las mujeres han llorado, y la<br />

profecía se ha cumplido: y las madres, después de devorar á sus<br />

hijos, enloquecidas por el hambre, han envidiado á las estériles;<br />

y el templo, reducido á polvo, ya no abre sus puertas como en otro<br />

tiempo ante el paso del sacerdote hebreo; porque El maldijo á la<br />

ciudad, y la ciudad maldita es un montón de escombros cuya grandeza<br />

esparce el viento del desierto. ¡Oh, Señor Dios de bondad y<br />

misericordia. Rey de reyes, eterna fuente de clemencia 1 vuelve tus<br />

ojos hacia mí, duélete de mi agonía, y haz que la muerte introduzca<br />

su soplo exterminador en mis venas.<br />

El viajero exhaló un doloroso gemido; se puso en pió, y tomando<br />

la tortuosa senda, llegó á la cumbre del monte de los Cadáveres.<br />

Alli tornó á arrodillarse, y sus labios besaron el agujero donde en<br />

otro tiempo.estuvo clamada la cruz de Cristo.<br />

Con el rostro pegado á las duras piedras, y el cuerpo inclinado,<br />

oraba en silencio el misterioso anciano, insensible á todo menos á<br />

su dolor.<br />

Su abatimiento le impidió ver á otro hombre que venia por el<br />

camino de Emaús en dirección al Gólgota.<br />

Aquel hombre tendría unos sesenta años; llevaba el traje de los<br />

peregrinos cristianos, y colgaba de su espalda una pequeña cítara.<br />

Blancos y brillantes mechones de cabellos caian sobre sus hom-

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